León XIV presidirá el 25 de diciembre, a las diez de la mañana, la Misa del día de Navidad en la Basílica de San Pedro, algo que un Pontífice no hacía desde 1994, en tiempos de San Juan Pablo II. Desde el pontificado de Pablo VI, los Papas habían delegado esta celebración a un cardenal, reservándose para sí la bendición Urbi et Orbi del mediodía.

“La decisión ha sorprendido a muchos observadores del Vaticano, pero, lejos de tratarse de un simple ajuste de agenda, encierra un profundo significado histórico, litúrgico y eclesiológico”, explica a ACI Prensa el P. Fernando Rivas, OSB, decano de la Facultad de Teología del Pontificio Ateneo Sant’Anselmo de Roma y coordinador del Instituto Monástico.

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A la sombra de San León Magno

Para comprender la decisión del Pontífice, el P. Rivas invita a mirar al nombre elegido por el nuevo Papa. “No debemos olvidar que León XIV ha querido ponerse bajo el patronazgo de su gran predecesor, San León Magno, que fue Papa del 440-461 d.C. y es doctor de la Iglesia, quien marcó para siempre la teología y la espiritualidad de la Navidad”, subraya.

San León Magno, 10 de noviembre. Crédito: ACI Prensa
San León Magno, 10 de noviembre. Crédito: ACI Prensa

Durante siglos, la Iglesia Católica ha proclamado en la liturgia de Navidad una de las homilías más célebres del Papa del siglo V. “La famosa exhortación de San León Magno Cristiano, reconoce tu dignidad sigue resonando cada Navidad como una clave de lectura del misterio de la Encarnación”, explica el P. Rivas, citando el Sermón I para la Navidad.

La Misa in die, cumbre de la solemnidad

Desde el punto de vista litúrgico, la Misa del día de Navidad ocupa un lugar singular dentro de la solemnidad. “No es una repetición de la Misa de la noche ni una simple prolongación festiva”, afirma el decano de Sant’Anselmo. “Es, en la tradición romana, la cumbre teológica de la Navidad”, asegura.

La clave está en el Evangelio proclamado ese día: el prólogo de San Juan. “Mientras la Misa de la noche pone el acento en el acontecimiento histórico del nacimiento en Belén y la Misa de la aurora acompaña el despertar de la fe de la Iglesia que reconoce al Salvador, la Misa del día conduce al corazón del misterio: En el principio existía el Verbo… y el Verbo se hizo carne (Jn 1,1-14)”, explica Rivas.

En esa proclamación, añade, se revela el núcleo de la fe cristiana: “El Hijo eterno del Padre, consustancial a Él, ha asumido la carne humana para comunicarle la vida divina”.

Navidad y Pascua, inseparables

El P. Rivas subraya que la importancia de esta Misa va más allá del ciclo navideño. “La Misa del día de Navidad pone el fundamento no sólo para las otras Misas de Navidad, sino incluso para el Misterio Pascual”, afirma. 

Aquí entra en juego uno de los grandes principios de la teología cristiana: “Como dice el axioma clásico, lo que no fue asumido no fue redimido”. En la Encarnación, Dios no solo se acerca al hombre, sino que lo asume plenamente para salvarlo.

Por eso, insiste el benedictino, “Navidad no es solo la fiesta del nacimiento de Jesús de Nazaret, sino el misterio en el que, en Cristo, Dios asume a todos y cada uno de los seres humanos, llevándolos a la vida divina”. Esa es, concluye, “la dignidad que San León Magno nos pide reconocer”.

La dimensión eclesial de la Encarnación

La Encarnación, sin embargo, no tiene sólo una dimensión individual. “El misterio de la salvación une lo humano con lo divino, pero también reconstruye la unidad de la humanidad, rota por el pecado”, explica el P. Rivas. “Solo podemos volver a la unidad entre nosotros a partir de nuestra comunión con Dios”, agrega.

Por eso, en la Misa del día de Navidad, la Iglesia celebra también “la reconstrucción de la unidad de la humanidad en el Cuerpo de Cristo, en ese Niño nacido en Belén”.

El Papa, signo visible de la unidad

Desde esta perspectiva, que el Papa presida personalmente la Misa del día adquiere un valor altamente simbólico. “No se trata solo de presidir una celebración”, afirma el P. Rivas. Significa, continúa, “hacer visible el misterio que celebramos: toda la Iglesia, como muchos miembros que estaban separados, nace como un solo cuerpo, un solo corazón y una sola alma (cf. Hch 4,32)”.

Bajo la cabeza que es Cristo —y visiblemente bajo el ministerio del Papa— la Iglesia se manifiesta como Cuerpo de Cristo vivo. “La verdadera realidad de la Navidad es también el nacimiento de la Iglesia”, subraya el benedictino. “Ella es el Cuerpo de Cristo, nacido en Belén y hecho Pan para alimentarnos en la Eucaristía”, insiste.

Así, la Misa del día de Navidad presidida por León XIV se convierte en algo más que una celebración solemne. “Pasa a ser una verdadera Epifanía”, concluye el P. Fernando Rivas, “manifestación visible de Dios en la fragilidad del Niño de Belén, pero también en la Iglesia reunida en torno a su Pastor, como el verdadero Cuerpo místico de Cristo”.