José Gregorio, policía durante 17 años, tuvo que abandonar Venezuela en 2018, cuando el sueldo “ya no alcanzaba para nada”.
Tal y como explica a ACI Prensa, viajó solo, en autobús, en un trayecto de más de seis días que lo llevó hasta la ciudad de Chiclayo, en el norte del Perú. Allí empezó desde cero, hasta que reunió el dinero suficiente para traer consigo a su familia. En 2019, pudo volver a abrazar a su esposa, Betania, y a sus dos hijos que ahora tienen 12 y 13 años.
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Pero al poco tiempo, todas las ilusiones de esos inicios acabaron engullidas por el paso letal del coronavirus que dejó más de 200.000 muertos en Perú. La pandemia los encontró sin ahorros, sin empleo, sin otros familiares y en un país extranjero.
Cuando su mujer Betania recuerda los primeros meses de la pandemia en Perú, todavía le tiembla la voz. “Yo era maestra y al cerrar la escuela, perdí mi empleo. A José Gregorio, que era taxista, le pasó lo mismo”, señala al constatar que las restricciones por el COVID derribaron el frágil equilibrio que habían construido en ese país nuevo.
Su familia, como miles de venezolanos, llegó a Chiclayo “con una mano delante y otra detrás”, subraya su marido José Gregorio. “No teníamos documentos, no podíamos acceder al sistema de sanidad y vivíamos los cuatro en una pequeña habitación que hacía a la vez de dormitorio, cocina y salón”, recuerda.
Sin embargo, de esas estrecheces despertó una inesperada red de ayuda para los inmigrantes venezolanos en la región que ellos mismos lideraron. Él y su mujer recorrieron localidades enteras —de Ciudad Eten a Pimentel— identificando a quienes no tenían comida, techo o asistencia básica.
Fue entonces cuando apareció Mons. Robert Prevost, hoy Papa León XIV, cuya cercanía jamás olvidarán. “Durante la pandemia, la preocupación del monseñor era que tuviéramos alimento y techo seguro”, explica Betania.
A falta de recursos y en pleno aislamiento, Mons. Prevost activó a Cáritas Chiclayo para asegurar que ningún inmigrante quedara abandonado. “Él buscaba cómo responder al llamado del Papa Francisco de acoger, proteger y promover al inmigrante”, reseña.
Repartir pollos entre las familias más necesitadas
Uno de los gestos más memorables nació de una idea tan simple como audaz: recoger pollos vivos donados por las avícolas del departamento de Lambayeque y repartirlos entre cientos de familias. “Íbamos en camiones, recogíamos más de 300 pollos vivos y los entregábamos casa por casa. Fue ahí cuando lo conocimos. Él estaba pendiente de todo”, relata Betania.
Pero la ayuda no se quedó en la emergencia. Mons. Prevost vio que la pandemia había desatado una cadena de necesidades: familias desalojadas por no poder pagar alquiler, niños sin escolarizar, personas sin acceso a salud por falta de documentos. “Perú no estaba preparado para un éxodo migratorio así”, relata Betania que explica cómo Mons. Prevost se ocupó de hablar con el Ministerio de Exteriores y con Migraciones para buscar soluciones concretas.
"Nos cambió la vida"
Gracias a ese trabajo discreto, pero constante, se impulsó un nuevo sistema de regularización que derivó en el carné de extranjería especial residente, un documento que por primera vez permitía a los migrantes acceder a servicios básicos: “Salud, educación de los niños, incluso abrir una cuenta bancaria. Eso nos cambió la vida”, detalla.
Más aún: Mons. Prevost también se preocupó de que los profesionales venezolanos —médicos, docentes, abogados— pudieran homologar sus títulos. “Para muchos era la única manera de volver a trabajar en lo que sabían hacer”, añade Betania.
Las “13 Casas”: un techo donde volver a respirar
Mucho antes de que llegara la pandemia, Mons. Prevost tenía en la cabeza una pregunta que le atormentaba: ¿cómo dar un techo estable a quienes no tenían nada? Como obispo, trabajaba al servicio de su pueblo y había visto a muchas familias inmigrantes malvivir en la calle. En 2019, providencialmente, apareció la Familia Vicenciana, que comprende muchos grupos de católicos que siguiendo los pasos de San Vicente de Paúl, con el proyecto internacional 13 Casas “que pronto asumió como suyo”, asegura Betania.
Primero se levantaron cinco pequeñas viviendas y un albergue de paso construido en drywall, con camas, duchas y comedor. “Por ese albergue pasaron más de 8.000 personas en un año”, detalla. Más tarde, al ver su eficacia, se edificaron ocho casas adicionales, ya de material noble, con sala, cocina, baño y dos habitaciones.
Mons. Prevost bendijo las primeras en 2019 e inauguró las segundas 8 casas en 2021, donde se acogió a migrantes en tránsito, familias venezolanas con niños, embarazadas en situación vulnerable, trabajadores que habían perdido su empleo.
La familia de Betania y José Gregorio también estuvieron entre los beneficiados. Por primera vez desde que salieron de Venezuela, pudieron cerrar una puerta y sentir que detrás había un hogar.
“Recuperar de golpe la dignidad”
“Pasar de vivir los cuatro en un cuartico a tener una casa… fue como recuperar de golpe la dignidad ——reconoce Betania—-. Es sentarte en una mesa y comer en familia”. Su marido José Gregorio agrega: “Es saber que no te van a sacar a fin de mes. Te permite respirar, trabajar, ahorrar, pensar en tus hijos”.
Desde el 2018 y hasta el 2023, la iniciativa 13 Casas ha proporcionado refugio a más de 10.000 personas en 70 países de todo el mundo. Y el de Perú fue uno de los primeros proyectos.
Hoy Betania es líder comunitaria y voluntaria incansable que ayuda a otros inmigrantes como ellos. “Ayudo a otros porque yo también lo viví. Y porque él —Mons. Prevost— nos enseñó con su ejemplo”.
Un pastor al que no olvidan
La despedida de Prevost en 2023 fue, para la comunidad emigrante venezolana, tan emotiva como inesperada. “Él nos dijo que el Papa Francisco lo llamaba para una nueva misión. Nunca imaginamos que después sería elegido Papa”, confiesa Betania.
El 8 de mayo, dos días después del inicio del cónclave, su familia desbordó de emoción cuando anunciaron que Mons. Robert Prevost Martínez, era el nuevo sucesor de Pedro. “Lloré. No hay mejor persona para ser Papa. Él vivía lo que predicaba: acoger, proteger e integrar. Se dedicaba en cuerpo y alma a ayudar al prójimo”, concluye. Para Betania, su familia y miles de inmigrantes, el hoy León XIV no es sólo el Papa, sino el pastor que les devolvió el futuro.






