Del odio al amor: Reflexiones de Navidad de un musulmán converso al catolicismo

Cúpula de la Roca El Domo de la Roca en Jerusalén, uno de los lugares de culto más emblemáticos del Islam. | Crédito: Philippe Collard / Unsplash

La Navidad es un tiempo de reconciliación. Dios mismo quiso hacerse hombre y venir al mundo para salvar a la humanidad, para reconciliarla con Él. La Navidad rompe esquemas y cambia paradigmas. Tal es el caso de Zubair Simonson, un exmusulmán convertido al catolicismo que comparte su historia con el National Catholic Register.

“El odio consume. El odio hacia un supuesto enemigo puede ser tan devastador que uno preferiría ver a ese enemigo perjudicado que ver a un supuesto ‘amigo’ salvarse”, comenta Zubair al recordar su infancia, profundamente marcada por una educación que le enseñó a odiar de forma visceral a los judíos.

Simonson se crió en los Estados Unidos, muy lejos de Tierra Santa. Sin embargo, desde muy pequeño fue introducido en una narrativa de “opresores” y “oprimidos”, de un pueblo que tenía toda la culpa y un pueblo que nunca hizo nada reprochable. “Lo había oído reforzado, una y otra vez, en la mezquita. Lo había oído reforzado, una y otra vez, en las casas de familiares y amigos”, recuerda.

En la vida cotidiana de Zubair era normal sospechar: pasaba con los medios de comunicación supuestamente dominados por los judíos, y con toda persona con la que un musulmán tuviera un desacuerdo. “Él es judío”, comentaban entre sí en tono de burla cuando surgían disputas, incluso por cosas totalmente superficiales.

Para él y para todo su entorno, Israel era una nación formada por fundamentalistas y extremistas. “Los ataques perpetrados por terroristas palestinos a menudo se consideraban el recurso desesperado de un pueblo que luchaba por preservar su dignidad”, explica.

El conflicto en Tierra Santa era para su comunidad musulmana “un concepto, más que una realidad a enfrentar”, debido a la distancia geográfica que los separaba de la región. Esto, reconoce Zubair, hacía mucho más fácil que los musulmanes repitieran cualquier creencia, teoría o ideología que consideraran “correcta” a pesar de que no tuviera fundamento lógico, mientras que las familias de israelíes y palestinos inocentes sufrían las consecuencias verdaderas y muy reales de la guerra.

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“Incluso admito que tener un enemigo, incluso un enemigo abstracto, me hacía sentir bastante bien”, afirma. También manifiesta que llegó a considerarse “santo” junto con sus pares, porque ese enemigo abstracto les permitía expresar su “compasión” y “preocupación” para con sus hermanos musulmanes en Palestina.

El odio y la rabia generan más satisfacción inmediata que el amor

Zubair comparte que pronto perdió esa visión maniquea de la vida. Los ataques terroristas al World Trade Center en 2001 fueron para él un punto de inflexión, que le ayudó a vivir en carne propia las consecuencias del paradigma en el que se había criado. De igual manera, puntualiza que sus estudios universitarios en Michigan le formaron un repudio por la “mentalidad de víctima” que caracterizaba a su comunidad.

En 2006 se alejó definitivamente del islam y en 2007 se convirtió al catolicismo.

Antes de su conversión, había crecido en él la disposición para escuchar ambas versiones de la historia. Se dio cuenta entonces de que aquellos “opresores” no eran demoníacos y que los “oprimidos” no eran un coro de ángeles. “La verdadera narrativa es muy gris. Lo que crecí ‘sabiendo’ no era del todo cierto”, señala.

Simonson afirma haber encontrado un equilibrio que lo llevó a una visión mucho más humilde de la vida. Supo entonces reconocerse como pecador, como hombre falible que necesita la misericordia de Dios, como todos. “¿Quiénes éramos nosotros, o quién es alguien, para considerarnos tan 'buenos' y los demás tan 'malos', con una autoridad que sólo se debe a Dios?”, expresa.

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Asimismo, cuenta que se percató de que el “amor” que sentía por Palestina no era más que un odio visceral por Israel. “Éramos pecadores (como todas las personas son pecadoras), deseosos de señalar los pecados de los demás”, resalta. Para él, Hamás es un grupo consumido por ese odio visceral.

Zubair remarca que Hamás está movido por el antisemitismo y que un católico no puede ni debe jamás apoyar a ese grupo. “¿Podría haber sido que ese odio común hacia un 'enemigo', sentido en gran parte del mundo, hubiera ayudado a revitalizar a Hamás?”, se pregunta el converso. 

Teme, además, que este sentimiento haya impulsado también al grupo terrorista a cometer la masacre del 7 de octubre de 2023, porque se sentían protegidos por el supuesto odio que millones sienten contra los judios. “¿Puede alguno de nosotros decir honestamente que lo que tenemos en el corazón no tiene peso?”, vuelve a preguntar.

Para Simonson, los esfuerzos propagandísticos de Hamás hacen mucho daño al pueblo palestino, que es el que termina pagando el precio de la guerra con su sangre inocente. “Miles de civiles palestinos ya han muerto en el fuego cruzado del conflicto de Gaza. La lista de muertos en el fuego cruzado ha ido creciendo, una y otra vez, durante 75 años”, afirma.

El exmusulmán considera que ya es momento de aprender a distinguir entre el amor y el odio para evitar que más personas sigan perdiendo la vida. “¿Cuántos de esos civiles palestinos, atrapados en Gaza, ya estaban hartos del conflicto antes de que ocurrieran los ataques del 7 de octubre?”, añade.

“Y cuando oigan de guerras y rumores de guerras, no se alarmen... Esto no es más que el comienzo de los sufrimientos” (Mc 13,7-8).

Zubair recuerda esas palabras del Señor, que “siguen siendo ciertas hoy”, y que fueron pronunciadas décadas antes de las destrucción del Templo de Salomón a manos de los romanos. 

“Sabía, décadas antes, a dónde conducirían las tácticas de los fanáticos. Comprendió la inutilidad de la fuerza, el poder del amor y que la verdad debe continuar navegando a través de las oscuras realidades que nuestros engaños han construido durante mucho tiempo”, afirma.

Para el converso, si estas palabras de Jesucristo siguen vigentes hoy en día, también sigue vigente su promesa del Reino de Dios, que llegará muy a pesar de las “guerras y los rumores de guerras”. 

“Esa es la esperanza que nos han transmitido las generaciones pasadas y que debe legarse a las futuras, hasta el día en que el Rey regrese al final de los tiempos”, afirma. Y añade: “Mientras alguno de nosotros tenga aliento, todavía tendremos tiempo para aprender lo que es perdonar, para preparar un mundo más apropiado para su regreso”.

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