Este Sínodo busca emular el espíritu colaborativo del Concilio Vaticano II, donde prelados y cardenales de todo el mundo se reunieron para discutir los asuntos de la Iglesia y supervisar los avances del Concilio.
A los cardenales que asisten a la reunión se les encomienda conocerse, conversar, reunirse en privado y, en última instancia, comprenderse mutuamente.
Aunque aún queda por verse cuán determinantes serán las interacciones de los purpurados en la elección del próximo Papa, este Sínodo representa una plataforma única para que muchos de ellos estén en Roma, en el corazón del cristianismo, y comprendan su funcionamiento interno.
Sin embargo, el éxito del Sínodo, y si será decisivo para allanar el camino hacia un candidato papal, dependerá de la calidad del debate sinodal, ya que o revitalizará a la Iglesia o simplemente será una discusión autorreflexiva que no conduzca a la renovación.