Con ocasión de la Solemnidad de Todos los Santos, el sacerdote español Jesús Higuera recuerda que los santos no son solamente “los que tienen un título oficial de la Iglesia”, sino aquellos familiares y amigos que están en el cielo “llenos de Dios”.

“Son tantas abuelas, madres de familia, hijos pequeños, hermanos, amigos, personas de las que tenemos esa certeza moral de que están en el cielo llenos de Dios, porque no pueden estar en otro sitio, porque su vida ha sido un paso de luz, un paso de dar vida a los demás”.

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Así lo afirmó el pasado 1 de noviembre el P. Jesús, párroco de la iglesia de Santa María de Caná en Pozuelo de Alarcón (España), en su meditación “Palabra de Vida”, una reflexión sobre el Evangelio que cada día llega a numerosos fieles. 

En su mensaje, el sacerdote explicó que los santos “son aquellos que están viendo el rostro de Dios”, que “han pasado ya a la vida definitiva y están completamente llenos del amor de Dios: Ni una partícula de su ser no está llena del amor de Dios, y están gozando y esperándonos a nosotros”. 

Recordó también que la “comunión de los santos” significa que existe una verdadera comunión entre los que están en el cielo “y aquellos que estamos en camino de santidad, a pesar de nuestros defectos, nuestras limitaciones, nuestros pecados”.

En el marco de esta solemnidad, el sacerdote español invitó a los fieles a acudir a la Eucaristía y recordar cómo los seres queridos que ya no están siguen influyendo cada día en su vida: “Es un día precioso para recordar, sobre todo la luz que dejaron aquellos que han caminado con nosotros y que se han marchado ya a la eternidad”.

Así, destacó que Cristo “insiste” en esta comunión, y que no hay “un Dios de muertos”, sino de vivos, recordando que la muerte “es una puerta, no es un lugar: no es más que un instante el cual pasamos a otra vida”. 

El P. Jesús animó a pedir a los difuntos “que intercedan por nosotros” y tomar su ejemplo, “ese patrimonio espiritual que nos han transmitido” y que “guardaremos en nuestro corazón”.

Por último, invitó en su reflexión a “empezar a ser santos aquí en la tierra, no por la perfección de nuestras obras, sino sobre todo por el amor que podemos acoger en nuestra debilidad, el amor de Dios en nuestra vida”.