¿A qué vino María a México y a América? Rector de la Basílica de Guadalupe responde

Banderas en la Basílica de Guadalupe Banderas de diferentes países durante las “mañanitas” a la Virgen | Crédito: Basílica de Guadalupe

En el marco de la Misa de las tradicionales “Mañanitas” a la Virgen de Guadalupe, celebradas a la medianoche del 12 de diciembre, el P. Efraín Hernández Díaz, rector de la Basílica de Guadalupe, recordó a los fieles “a qué vino María de Guadalupe a nuestras tierras mexicanas y a América”.

El P. Hernández Díaz destacó que la Virgen trae “su amor, su ternura, su consuelo y auxilio a aquellos que desean conocer a su Hijo, así como a quienes buscan ser fieles discípulos misioneros de Jesucristo y buscan responder a su vocación bautismal”.

En especial, —mencionó el sacerdote durante la homilía— a “quienes se encuentran agobiados, atribulados, desamparados y sin esperanza”.

“Cuando ella se apareció a San Juan Diego en el Tepeyac, en estas tierras sagradas, se presentó como perfecta, siempre Virgen Santa María, madre del verdadero Dios por quien se vive y dio lugar a una nueva visitación y anuncia y dona a su Hijo Jesús a los nuevos pueblos”, añadió el rector del santuario mariano.

La Virgen de Guadalupe se le apareció a San Juan Diego en el Cerro del Tepeyac en México en diciembre de 1531, por lo que este año se celebra el 492º aniversario de las apariciones de la Madre de Dios en el Tepeyac.

Otro aspecto que el P.  Hernández Díaz resaltó es cómo, “a través de la ternura y del amor de madre”, María de Guadalupe ayudó a los pueblos originarios a recuperar su “propia dignidad e identidad”, afectadas por la conquista europea “que provocó la pérdida de su autonomía”.

Más en América

“Ella es la más perfecta discípula del Señor y se convirtió en la gran misionera que trajo el Evangelio a nuestra América”, señaló. 

Finalmente, el P. Hernández Díaz llamó a los millones de peregrinos a pedir en sus oraciones que la Virgen fomente en las personas un “sentido de pertenencia” a su gran familia “para poner fin a la violencia de las guerras entre los pueblos y las discordias entre los hermanos”.

“Nos encomendamos a ti, Madre Santa, que siempre nos has acompañado en nuestro peregrinar por este valle de lágrimas. Y llévanos a tu hijo, Jesucristo, como signo de esperanza y fuente de salvación. Alabado sea Jesucristo”, concluyó. 

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