Antes del inicio del Sínodo de la Sinodalidad, que comenzó el 4 de octubre en el Vaticano, se pensaba que las participaciones de los miembros iban a estar bajo el secreto pontificio pero no ha sido así, aunque sí existe una disposición que hace que las discusiones se mantengan en la confidencialidad.
El secreto pontificio es aquel que se guarda, de acuerdo a las normas de la Iglesia, con una reserva y discreción mayor a la normal. Debe guardarse como una “obligación grave” y está regulado por la instrucción Secreta continere de 1974, del Papa Pablo VI. Esta medida, cuya violación implica una sanción, no se aplica a las intervenciones de este Sínodo.
Sin embargo, las normas que sí deben seguir los miembros se publicaron esta semana, en el primer día del Sínodo, y precisan que “cada uno de los participantes está obligado a mantener la privacidad y confidencialidad tanto con respecto a sus propias intervenciones como con respecto a las intervenciones de los demás participantes”.