En cada mesa está la figura del “facilitador”, que asegura que la metodología sea efectiva. Tras unos minutos de “silencio y oración” se hace un “pequeño resumen” de lo compartido en el grupo y el portavoz, que es votado por los miembros de cada mesa, será el encargado de trasladar lo discutido a la asamblea general.
En los documentos repartidos desde la Secretaría General del Sínodo a cada uno de los miembros, se les invitó a reflexionar sobre algunas preguntas relativas a la citada “conversación en el Espíritu”: “¿De qué manera podemos crecer en un estilo sinodal de celebración litúrgica, que resalte la contribución distintiva de todos los participantes, a partir de la variedad de vocaciones, carismas y ministerios de los que son portadores?”, se lee en el documento.
“Durante el camino sinodal, ¿nos hemos encontrado con miembros de otras Iglesias o Comunidades eclesiales? ¿Y creyentes de otras religiones?¿Cuál fue el tono espiritual de estos encuentros? ¿Qué aprendimos con vistas a crecer en nuestro deseo y capacidad de caminar junto a ellos?”.
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