El relato bíblico prosigue afirmando que los Magos encontraron al Mesías acostado en un humilde pesebre, a lado de María, su madre, y de San José, su padre adoptivo. Entonces, los sabios se hincaron frente al recién nacido y presentaron sus regalos: oro, por su realeza; incienso, por su divinidad; y mirra, por su humanidad.
La hermosa costumbre de intercambiar regalos en Navidad está conectada con la presencia de los Reyes Magos en el pesebre, al que llegaron siguiendo una estrella, cuyo destello alumbraba el humilde lugar donde Dios había nacido. Jesús es el sentido último de cualquier obsequio de Navidad y, por lo tanto, debe ser expresión de amor y de la alegría compartida. Dios mismo se ha hecho don por cada uno de nosotros, para que tengamos vida y permanezcamos unidos en Él.
Sigamos el ejemplo de los Reyes Magos y ¡hagámosle un regalo a Jesús! Empecemos por regalarle nuestro corazón y hagamos promesas de conversión para el año que empieza: algo que nos haga mejores personas, más santos.
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