El adjetivo femenino “católica” proviene del término griego “katholikós”, que quiere decir “universal”. En otras palabras, la pretensión de Ignacio fue explicitar lo que a todas luces se vivía entre los miembros de la “Ekklesia”, la comunidad fundada por Cristo: su carácter “universal” o “para todos”, donde no hay lugar para la exclusión.
Todos estaban llamados a formar parte de ella: hombres y mujeres, judíos y gentiles, ricos y pobres, poderosos y débiles, libres y esclavos. Es decir, gente de cualquier origen y condición de la época. Para ser parte de la Iglesia bastaba bautizarse y querer seguir los pasos de Cristo, quien pasó por el mundo haciendo el bien, liberando al hombre del pecado y de la muerte.
Con este término también se quiere indicar que en ella subsiste la plenitud del Cuerpo de Cristo unido a su Cabeza, el propio Cristo, lo que supone al mismo tiempo que ella recibe de Él "la plenitud de los medios de salvación". Además, es "católica" porque ha sido enviada a predicar a todo el género humano y hasta los confines del mundo.