Cada 20 de agosto la Iglesia Católica celebra a San Bernardo de Claraval, monje francés que vivió entre los siglos XI y XII. Fue una de las figuras más relevantes de su tiempo, y su contribución a la teología y espiritualidad han sido determinantes -especialmente en lo que respecta a la devoción a la Virgen Maria-. La tradición lo ha llamado “el cazador de almas y vocaciones” y “el oráculo de la cristiandad”.
Bernardo fue el primer y más famoso abad del monasterio de Claraval, célebre abadía cisterciense por sus abundantes frutos de santidad. En ese sentido, Bernardo es reconocido como uno de los grandes impulsores del renacimiento de la vida monástica a inicios del segundo milenio.
Hombre inteligente, dotado de una singular agudeza y capacidad de persuasión, fue también un hombre de voluntad férrea, aunque, por sobre todo, fue alguien supo poner sus dones y habilidades al servicio del Evangelio. Libró numerosas batallas intelectuales y convirtió a muchos para Cristo, incluyendo a su propia familia. Fue consejero de reyes y papas, escribió varios libros y es el autor de una de las oraciones a la Virgen más hermosas que existen.