Decidido a vivir lejos del que fue su hogar tomó rumbo a Estrasburgo, donde había una comunidad de los ‘amigos de Dios’, una fraternidad que él conocía bien, y a la que lo introdujo su madre en sus años mozos. Nicolás no completó el trayecto -es más, había decidido el retorno a su lugar de origen- y se instaló a medio camino. De esta forma, desde 1467 hasta su muerte, vivió en la humilde celda (una rústica cabaña) que él mismo construyó. Al lado de esta se construiría más tarde la capilla del valle de Ranft, lo que le dio la oportunidad de asistir a misa a diario y vivir solo de y para Dios: se dice que Nicolás no probó alimento alguno por diecinueve años a excepción de la Eucaristía.
Sin proponérselo, el Hermano Nicolás se hizo de una fama que trascendía fronteras y que llevó a miles -incluyendo autoridades civiles y eclesiales- a visitarlo en busca de consejo. Hacia 1470, Ranft ya se había convertido en lugar de peregrinación y su santuario en parte del ‘Camino de Santiago’ (paso hacia Santiago de Compostela, España). El Papa de ese entonces, Paulo II, decidió entonces conceder las debidas autorizaciones para acoger a los peregrinos.
La guerra no debe ser opción: todos pierden
En 1477 se produjo un enfrentamiento que puso en riesgo la unidad conseguida entre los pequeños estados que habitaban la zona de Europa gobernada geográficamente por los Alpes suizos. La Antigua Confederación empezó a desmembrarse a raíz de la inclusión de facto de Lucerna en la unión. Un grupo de cantones de características más rurales se levantó contra aquellos que apoyaban al ‘nuevo integrante’, en parte porque no habían sido consultados, en parte porque consideraban que la anexión de este, como de otros cantones más, fortalecía los núcleos citadinos en contra de los intereses de las regiones rurales -tradicionalmente corazón de la vida y cultura suizas-.