A lo largo de la historia, muchos santos han sido recordados no solo por su entrega a Dios y a los demás, sino también por la relación especial que tuvieron con los animales. Cuervos obedientes, lobos que se volvieron mansos o aves que les acompañaban, son parte de relatos que reflejan la armonía entre la santidad y la creación.

Aquí te contamos de algunos:

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1. San Francisco de Asís

Según la tradición, en la ciudad italiana de Gubbio en la provincia de Perugia, había un lobo que atemorizaba a la población. Frente a ello, San Francisco quiso ayudar y fue hasta el lugar donde se encontraba la bestia.

Cuando el lobo se lanzó contra el fraile, el santo hizo la señal de la cruz. De inmediato, la fiera se calmó y apoyó su cabeza en las manos del fraile. Luego le ofreció un trato: si prometía no volver a atacar a personas ni animales, los habitantes lo alimentarían y nunca volvería a pasar hambre. El lobo aceptó el pacto.

Se cuenta que el animal vivió dos años. Cuando murió de viejo, todo el pueblo lo lloró. 

En el lugar donde ocurrió este encuentro se construyó la iglesia de San Francesco della Pace, donde se conserva un sarcófago que, según la tradición, perteneció al lobo.

2. San Antonio Abad

A San Antonio Abad también se le invoca como patrono de los animales. Una de las historias que lo sostienen narra que aparecieron dos leones junto con otros animales que le ayudaron a  cavar la fosa donde el santo sepultó a San Pablo Ermitaño. 

La segunda tradición cuenta que una jabalí salvaje vivía cerca de su ermita y tuvo unas crías ciegas. Movido por la compasión, San Antonio las curó, y desde entonces la madre lo siguió como guardiana fiel, sin separarse jamás de él. 

3. San Pío de Pietrelcina

San Pío de Pietrelcina también es recordado por un hecho singular con animales. Según relató el P. Jean Marie Benjamin a ACI Stampa, agencia en italiano del Grupo ACI, la imagen del fraile lo impactó tanto que decidió viajar a San Giovanni Rotondo para conocerlo.

Allí asistió a una de sus Misas al amanecer. Recuerda que el santo estaba encorvado por el dolor de los estigmas, en silla de ruedas, y aun así todos los fieles lo contemplaban con gran emoción.

Cuando llegó el momento de la consagración describió que vivió algo que “era imposible de describir. No hay palabras ni expresiones para decir con exactitud lo que estaba pasando”, porque además los pájaros que estaban en las ventanas del templo se quedaban en silencio, como si participaran del misterio.

4. San Serafín de Sarov 

Fue un gran asceta ruso que pasó largos años en soledad en los bosques, entregado a la oración y la penitencia. A menudo alimentaba a los animales silvestres que acudían a él. 

El sitio web de la Iglesia Ortodoxa en América relata que entre esos animales destacaba un oso, que se volvió su compañero y lo obedecía dócilmente. El santo lo alimentaba con pan y, según la tradición, incluso le hacía encargos. 

Quienes lo visitaban quedaban asombrados al ver al feroz animal convertido en manso servidor del hombre de Dios.

5. Don Bosco

En las Memorias del Oratorio de San Francisco de Sales, una autobiografía de San Juan Bosco, relató la misteriosa compañía de un gran perro al que llamó “Gris”, un animal que siempre se mostró amistoso y lo acompañó en varias ocasiones durante sus trayectos.

Relata que en varias ocasiones el “Gris” lo protegió de peligros reales. Una vez, cuando dos hombres intentaron asaltarlo y amordazarlo en un camino solitario, el perro surgió de repente, se lanzó contra los atacantes y logró ahuyentarlos, permaneciendo a su lado hasta ponerlo a salvo.

Don Bosco siempre lo consideró como “una presencia providencial en muchas de las situaciones peligrosas en que me encontré”.

6. San Francisco Javier

Cuenta la tradición que, en 1546, San Francisco Javier viajaba a Indonesia cuando, durante el trayecto, una tempestad hizo que se le cayera al mar el crucifijo que llevaba colgado al cuello.

Al llegar a la isla, tras caminar por la playa, un cangrejo salió del mar sosteniendo el crucifijo con sus pinzas y lo llevó hasta que San Francisco Javier lo tomó. El santo se arrodilló y dio gracias a Dios por este milagro.

Según señala el sitio web de Obras Misionales Pontificias de España, este crucifijo permaneció con San Francisco Javier durante su labor misionera y, tras su muerte, recorrió varios lugares de Europa hasta llegar a España, donde en la actualidad se conserva. Se le agregó la figura de un cangrejo de bronce, recordando el milagroso episodio. 

7. San Gerásimo

San Gerásimo fue un ermitaño que viajó a Tierra Santa para dedicar su vida a la oración y la soledad.

Según el libro Vidas de los Santos, mientras estaba a orillas del río Jordán vio a un león cojeando con una espina incrustada en la pata. San Gerásimo se la extrajo y lo curó; tras ser sanado por el santo, el animal se convirtió en su leal e inseparable compañero, ayudándolo con las tareas del monasterio.

El sitio web de investigación sobre los santos Santi e Beati indica que el león permaneció con San Gerásimo durante unos cinco años y, cuando el santo murió, el animal quedó tan angustiado que se desplomó muerto sobre su tumba.

Asimismo, se señala que, seguramente debido a la similitud de sus nombres, el episodio del león también se ha atribuido a San Jerónimo.

8. San Eutiquio 

San Eustaquio, llamado originalmente Plácido, fue un general romano muy aficionado a la caza. Según el libro de la Vida de los Santos, mientras perseguía un ciervo en los montes entre Tivoli y Palestrina, vio en los cuernos del animal la figura de Jesucristo en la cruz y escuchó una voz que lo llamaba por su nombre. Esta visión prodigiosa lo convirtió instantáneamente al cristianismo.

En la Basílica de San Eustaquio en Roma (Italia), la fachada está coronada por una cabeza de ciervo que recuerda la visión que transformó su vida.

9. San Benito

San Gregorio Magno relata en sus Diálogos una historia sobre San Benito, quien acostumbraba a dar de comer a un cuervo que bajaba cada día de la selva para recibir pan de sus manos. 

En una ocasión, un enemigo intentó matar al santo enviándole un pan envenenado. Benito, al descubrir el peligro, arrojó el pan al cuervo y le ordenó llevarlo lejos, a un lugar donde nadie pudiera hallarlo.

El ave dudó, graznó y revoloteó, pero finalmente obedeció: tomó el pan con el pico, lo escondió y regresó después, como siempre, para recibir su ración habitual. 

10. San Roque 

San Roque dedicó su vida a atender a los enfermos de peste en Italia y Francia, curando a muchos con la señal de la cruz. Al contagiarse se retiró a una cueva para no ser una carga, donde un perro le llevaba diariamente pan y le lamía las llagas, hasta que el dueño del animal lo descubrió y lo cuidó.

Tras recuperarse, volvió a ayudar a los enfermos, pero fue encarcelado injustamente y murió en prisión. Su tumba se convirtió en lugar de milagros y pronto fue invocado en toda Europa como patrono contra la peste, siempre representado con su fiel perro.

11. San Martín de Porres

San Martín de Porres consideraba a los animales como criaturas de Dios y actuaba con ternura incluso ante los más pequeños: soportaba con paciencia las picaduras de mosquitos, afirmando que también ellos tenían derecho a alimentarse, y en otra ocasión habló con unos ratones para que dejaran la despensa del convento, enviándolos pacíficamente a la huerta.

Entre sus historias más conocidas está aquella en la que hizo convivir a un perro, un gato y un ratón para que pudieran compartir el mismo plato en armonía.

Este artículo fue publicado el 4 de octubre de 2017. Ha sido actualizado para su republicación.