En comunión con la Iglesia universal, el Obispo de Mar del Plata, Mons. Ernesto Giobando, presidió este domingo la Eucaristía de cierre del Año Jubilar y bendijo un altar dedicado al Beato Eduardo Pironio. 

La Misa tuvo lugar en la Catedral de los Santos Pedro y Cecilia, y estuvo concelebrada por el Obispo emérito de Chascomús, Mons. Carlos Malfa; el Obispo Auxiliar de La Plata, Mons. Federico Wechsung, el vicario general de la Diócesis de Mar del Plata, P. Hernán David; y el postulador de la causa de canonización del Cardenal Pironio, P. Ezequiel Kseim, junto a numerosos sacerdotes. 

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En su homilía, Mons. Giobando destacó el final del Año Jubilar, cuyo eje fue “la virtud teológica de la esperanza”, y agradeció a Dios y al Papa Francisco por haber propuesto este camino para la Iglesia. Recordando al pontífice argentino, se refirió a su vida por la que “hemos llorado y hemos agradecido a Dios”. 

Sobre el tema del Jubileo aclaró que se trata de una esperanza “que no defrauda y que a todos nos atraviesa”.  

Al concluir esta etapa, consideró significativo hacerlo con la bendición del altar dedicado al beato Cardenal Pironio, quien fue Obispo de Mar del Plata. “Tener como obispo antecesor a un beato es algo que nos exige, pero al mismo tiempo nos da confianza, porque tenemos un intercesor en el cielo que nos acompaña y nos anima”, aseguró. 

Asimismo, aconsejó que al cerrar el Año Santo, no se clausure la esperanza. “No es que concluya la esperanza, sino que tenemos que reanimarnos en esta virtud”, aclaró, sobre todo en un mundo “bastante oscuro” con personas que sufren la soledad o la frustración. 

Por eso, indicó que quienes celebraron el jubileo están llamados a “llevar esperanza a este mundo”, especialmente a los jóvenes, para enseñarles “no un camino de ilusiones, sino el camino cierto, trabajoso y exigente, la puerta estrecha y el camino angosto del Evangelio”. 

Recordando que el beato Pironio fue el impulsor de la Marcha de la Esperanza en la Diócesis, que aún hoy continúa vigente, explicó que por eso es reconocido como el “profeta de la esperanza”. 

Iluminados por el legado de Pironio, Mons. Giobando propuso entonces tres características que debe tener la Iglesia hoy: ser una Iglesia de comunión, “donde somos llamados a ser uno, incluyendo a todos, no para expulsar sino para recibir como hermanos”; una Iglesia participativa, que ofrezca espacios “no al lugar que nosotros asignamos, sino al que cada uno busca”; y una Iglesia en salida misionera, porque “la misión no es un deseo, tiene que ser una acción concreta”, comenzando por el ámbito más desafiante, la familia, verdadero “santuario doméstico” donde Jesús sigue naciendo. 

Citando una oración del beato a la Virgen, rezó: “María, tú que fuiste enriquecida por la presencia del Señor en tu pobreza, ayúdanos a desprendernos de todo, ayúdanos a ser radicalmente pobres, para comprender quiénes son los pobres de hoy, cómo tenemos que ir a ellos, cómo tenemos que amarlos. Haz que nuestra vida sea un peregrinar de fe, un depender totalmente de la voluntad del Padre; que sea una constante donación de servicio a nuestros hermanos, para que la pobreza nos haga verdaderamente libres, fecundos, hombres y mujeres de esperanza”. 

Finalmente, encomendó a la diócesis para que este Año Jubilar continúe dando frutos de esperanza en la vida cotidiana del pueblo de Dios.