Mons. Luis Argüello, presidente de la Conferencia Episcopal Española (CEE), alentó a los más de 25.000 jóvenes españoles presentes este viernes en la Plaza de San Pedro en el Vaticano, a ser “confesores de la fe en la plaza pública”, en el marco del Jubileo de los Jóvenes.

Así lo indicó el también Arzobispo de Valladolid en la homilía de la Misa que presidió acompañado de decenas de obispos y sacerdotes llegados desde España para participar de este Jubileo de la Esperanza 2025 en Roma, cuyas actividades centrales se realizarán este fin de semana en Tor Vergata, como ocurrió hace 25 años con San Juan Pablo II.

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Según indica el sitio web de la CEE y en medio de un gran ambiente de fiesta, los jóvenes escucharon el testimonio de dos jóvenes y una pareja de recién casados, quienes abrieron el corazón para animar a que todos abran el suyo al Señor.


El regalo de la vida

En la primera parte del evento, titulada El regalo de la vida, la joven María Tagarro García-Tomassoni, de la Diócesis de Astorga, dio gracias “a Dios por haber nacido del amor de mis padres, Álvaro y Cristina, que junto a mis hermanas Alicia y Cayetana tuvimos la gracia de nacer en una familia católica en la cual se nos educó con el valor de poner al Señor en el centro de nuestra vida”.

“También agradezco a mis abuelos una parte fundamental en mi camino, ellos me enseñaron a amar al Señor y al prójimo como a nosotros mismos. Sin olvidar la oración como parte fundamental de una vida con fe”, añadió.

La joven dijo luego que la Iglesia es su “otra gran familia” y destacó que “hoy os puedo compartir la alegría que siento de haber recibido la vida como regalo de parte de Dios y que, como María, la Inmaculada joven de nuestra pastoral en España, declaro: ¡Hágase en mí como tú quieras, Señor! Porque mi vida y vuestra vida joven es ya una vocación”.

La alegría del perdón

José Tomás Cebrián Ruiz, joven de 26 años de Cuenca, habló en esta segunda parte sobre su alejamiento de Dios y el reencuentro con la fe:

El joven contó que creció en una familia católica, y fue ya en la universidad donde “me desconecté por completo de Dios. Me enamoré de una chica, aunque no era creyente. No quiero culparla de mi alejamiento, pero con el tiempo he comprendido que rodearse de personas que viven su fe te acerca a Dios, y juntarte con personas que no tiene fe te aleja también de Él”.

Jóvenes españoles en la Plaza de San Pedro en el Vaticano. Crédito: Vatican Media.
Jóvenes españoles en la Plaza de San Pedro en el Vaticano. Crédito: Vatican Media.

Al volver a España, luego de un tiempo de intercambio, y dándose cuenta de que “Dios ya no estaba presente en mi vida”, José fue a un retiro, invitado por un sacerdote. Allí “realmente conocí a Dios. ¿Y qué encontré en ese retiro? Perdón. Un corazón roto que Dios quiso sanar solo con pedírselo. Así fue como Dios se dejó conocer por mí, cuando más lo necesitaba. ¿Y qué pasa cuando conoces de verdad a Dios? Pues que, simplemente, ya no quieres otra cosa en la vida”.

“Yo soy la puerta que os abro a la felicidad”

En la tercera parte del evento, titulada “Yo soy la puerta que os abro a la felicidad” en referencia al Señor Jesús, los jóvenes escucharon el testimonio de una pareja de recién casados, Quique Mira y Mery Lorenzo, quienes compartieron que “el matrimonio va de ponerse de rodillas cada día y decir sí a querer quererse cada día. Es negarse a uno mismo y volver a escoger al otro primero”.

“Pero el Evangelio también nos invita a salir, porque toda vocación es también misión”, dijeron luego y resaltaron que “nuestro matrimonio es nuestra misión. En él queremos ser signo de algo más grande. No estamos solos. Jesús camina con nosotros, y desde ahí queremos salir a los demás: acompañar, compartir, servir. Como nos dijo el Papa Francisco: ‘¡Somos una misión para los demás!’”.

La homilía del presidente de la CEE

En su homilía, el arzobispo de Valladolid afirmó que “la esperanza no defrauda porque el amor de Dios derramado en nuestros corazones ha puesto en vuestras vidas un vestido de alabanza, un vestido de alabanza que hace posible que vivamos para alabanza de la gloria de Dios, renunciando a la vanagloria”.

Jóvenes de España en la Plaza de San Pedro en el Vaticano. Crédito: Vatican Media.
Jóvenes de España en la Plaza de San Pedro en el Vaticano. Crédito: Vatican Media.

“Se nos ha dado además un perfume de alegría, para que llevemos esta alegría a los duelos y a las tinieblas de la existencia. Se nos ha ofrecido además una diadema, una diadema que muestra la alianza que el Señor ha sellado con nosotros, porque su amor misericordioso no tiene vuelta atrás”, añadió.

Tras recordar la gran cantidad de jóvenes que este viernes pudo confesarse en el Circo Máximo en Roma, el prelado destacó que “ahora hace falta, hermanos, que seamos también confesores de la fe en la plaza pública, porque si el Señor tiene fuerza y poder para perdonar los pecados en nuestro corazón, y así experimentamos la alegría del perdón, y se nos abren nuestros brazos, y nos reconciliamos y nos queremos”.

“Es importante que confesemos que el Señor tiene fuerza y poder para vencer a las estructuras de pecado, que tiene fuerza y poder para vencer al dragón que pasa continuamente su poder a las bestias de este mundo imperialista”, agregó.

“Confesemos nuestra fe, seamos testigos de la victoria de Jesucristo en medio de nuestras actividades cotidianas, y ofrezcamos esta victoria como gracia, como regalo, como don, no queriendo imponer de ninguna manera nuestra fe a nadie, sino regalando gratuitamente la alegría del Evangelio, el vestido blanco de alabanza, el perfume de alegrías, y también esta alianza nueva y eterna que como una diadema nos invita a participar permanentemente en la Eucaristía”, alentó Argüello.

Tras alentar a dar testimonio en la cultura, la escuela, con los pobres y en todo espacio en el que estén, el arzobispo recordó que todos volverán a sus lugares de origen “para seguir siendo peregrinos, porque esta es nuestra condición, y cada semana haremos un alto en el camino, en la peregrinación, en el domingo, para renovar nuestra unción para el Espíritu Santo, para adorar la presencia real de Jesús en la Eucaristía, para acumular su mismísimo cuerpo, y para ser enviados, enviados para anunciar la paz”.