En plena efervescencia del Jubileo de los Jóvenes, Roma se ha convertido una vez más en la capital espiritual de las nuevas generaciones. Con una energía desbordante, miles de jóvenes procedentes de 146 países han inundado con su alegría las calles de la capital italiana, en el marco del Año Santo.
El Jubileo de los Jóvenes tiene mucho que ver con las Jornadas Mundiales de la Juventud (JMJ) que plantaron sus raíces en el Año Internacional de la Juventud, proclamado por las Naciones Unidas (ONU) en 1985. Fue entonces cuando San Juan Pablo II percibió la necesidad de un espacio de encuentro de fe para los jóvenes y los convocó en Roma para la celebración del Domingo de Ramos.
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La respuesta fue inmensa: 300 mil jóvenes se dispersaron por las iglesias de la Ciudad Eterna para orar, recibir catequesis y celebrar juntos la fe en la Plaza de San Pedro.

Aquel entusiasmo —que hoy vuelve a sentirse— motivó al Papa polaco a instituir formalmente la JMJ a finales de 1985. A partir de 1986 se celebró anualmente a nivel diocesano y, desde 1987, se alternaron ediciones internacionales cada dos o tres años.
Un termómetro de la espiritualidad juvenil católica
Estas citas siempre han sido un termómetro de la espiritualidad juvenil católica. Desde sus inicios con San Juan Pablo II hasta esta edición jubilar con el Papa León XIV, millones de jóvenes han respondido a la llamada de Dios en contextos muy distintos.
Pero, ¿cómo ha cambiado la vivencia espiritual de los jóvenes desde hace 25 años?
La Jornada Mundial de la Juventud del año 2000, celebrada en Roma, marcó un antes y un después. Fue un hito imborrable para sus participantes: los jóvenes, conmovidos por el llamado del Papa polaco, se sintieron convocados a ser “centinelas del alba”, dispuestos a anunciar un nuevo milenio a través de la esperanza cristiana.

Eran otros tiempos: el mundo vivía el final de una década marcada por el optimismo del nuevo milenio, el auge de la globalización y el comienzo de la revolución digital.
Los jóvenes de hoy “no aceptan respuestas prefabricadas”
Muchos de los peregrinos que participan en este Jubileo de los Jóvenes nacieron después del 2000 y “ no aceptan respuestas prefabricadas”, tal y como reseña Sor Marie de L’Assomption, dominica del Espíritu Santo y secretaria general del Centre de Recherche et d’Anthropologie des Vocations (CRAV), que en español significa Centro de Investigación y Antropología de las Vocaciones.
“Buscan una fe auténtica, vivida, encarnada en la realidad y basada en la coherencia de las personas que practican”, explica en este sentido la responsable de esta iniciativa, fundada en noviembre de 2020 por el Cardenal Marc Ouellet.
Cultura de las certezas frente a la incertidumbre actual
Los jóvenes de la década del 2000 crecieron en una cultura enraizada en las certezas. En cambio, hoy viven en un panorama donde abundan los interrogantes: el sentido de la vida, la identidad, el futuro laboral, el cambio climático o la justicia social.
“La realidad de este momento es que todo es más incierto. Los jóvenes han pasado por varias crisis. En cambio, en el año 2000 ni siquiera habían vivido los atentados del 11S. Desde entonces se han multiplicado las guerras y las crisis económicas mundiales y hasta ha habido una pandemia”, asegura el investigador principal del grupo "Jóvenes en transición" del Instituto Cultura y Sociedad de la Universidad de Navarra, Javier Manglano.
Por ello, los jóvenes de hoy viven rodeados de un contexto de mayor incertidumbre sobre su futuro. Con todo, siguen esperando a que se les proponga seguir a Cristo, aunque “quieren respuestas exigentes”, asegura la religiosa francesa.
“Necesitan encontrar adultos que les presenten un testimonio de alegría, un compromiso real y coherente”, agrega.
De la obediencia a la corresponsabilidad
Otro cambio clave es la respuesta ante un mundo más dividido. En el año 2000, la JMJ era símbolo de la unidad católica tras la caída de los dos bloques ideológicos. Hoy, en medio de un clima global de polarización política, tensiones y desafíos culturales, los jóvenes piden sobre todo ser escuchados.
“Los jóvenes quieren ser protagonistas de la Iglesia, no sólo receptores. Piden coherencia y verdad. Y, aunque a veces sean críticos, aman a la Iglesia cuando la sienten como casa y cuerpo vivo”, explica por su parte el P. Alfredo Tedesco, responsable de la pastoral juvenil de la Diócesis de Roma y en parte organizador del Jubileo de los Jóvenes.
En este sentido, la sinodalidad —entendida como una invitación concreta a que cada cristiano descubra y viva su misión en la Iglesia— es un camino fértil para ese espacio de escucha.
“El Papa Francisco repetía constantemente que todo bautizado es un discípulo misionero. Cada uno de nosotros está llamado por el Señor a su propia misión y por eso debo orar al Espíritu Santo y preguntarle: ‘Señor, ¿qué esperas de mí al servicio de la Iglesia y de mis hermanos?’”, asegura el P. Tedesco.
No obstante, estas ganas de ser iglesia tienen que florecer en medio de una creciente secularización y una notable disminución de la práctica religiosa y de la relevancia pública de las instituciones eclesiales. Este proceso —especialmente intenso en Europa y en América del Norte— ha arrinconado la religión que ya no es vista como un pilar cultural común, sino que se ha convertido en un fenómeno casi residual.
La plaza de San Pedro está ya abarrotada. Pero aquí están ellos, esperando la Misa de bienvenida del Jubileo de los Jóvenes @aciprensa @EWTNNoticias pic.twitter.com/aiiR1gETi5
— Victoria Cardiel (@VictoriaCardiel) July 29, 2025
Tal y como detalla el reciente estudio del Centro de Estudios, Formación y Análisis Social de la Fundación San Pablo CEU (CEU-CEFAS) en los Estados Unidos y en Europa la Iglesia Católica.
Esto se refleja claramente, por ejemplo, en cómo se viven las relaciones. “Los jóvenes de hoy han visto hoy más familias rotas. Tienen más dudas en cuanto a la formación de familia y su futura capacidad de encontrar una pareja estable o de casarse y tener hijos”, explica el sociólogo de la Universidad de Navarra.
Y agrega: “Ante esa falta de estilos, de patrones, por así decirlo, de conducta buena que tenemos alrededor, muchos jóvenes acaban perdiendo el sentido”.
Además, se hace cada vez más difícil “hablar de fe y de Dios a los jóvenes porque están llenos de prejuicios”, resalta el influencer italiano Nicola Camporiondo.
Este chico de 25 años, que como muchos otros se dedica a anunciar a Dios en las redes sociales, avisa de que el verdadero problema es que muchos jóvenes hoy no han conocido “nunca en profundidad la fe que les ha sido transmitida". Además, ellos tampoco "han intentado ir más allá de esa visión superficial y vivir los ambientes eclesiales”.
“Como peces fuera del agua”
Camporiondo también aprecia que muchos otros católicos se sienten hoy, con frecuencia, “como peces fuera del agua en un mundo cada vez más alejado y hostil hacia la Iglesia”.
“Muchos incluso son objeto de burla por ello. Por lo que es cada vez más necesario romper estos esquemas mentales cargados de negativos”, detalla.
En esta labor de deshacer los clichés de lo que significa seguir a Cristo está claro que los influencers católicos son fundamentales. “Tenemos que ofrecer a estos jóvenes una propuesta sólida y radical de cristianismo”, subraya, por su parte, el influencer español Abel de Jesús, uno de los rostros más reconocidos del apostolado digital en el ámbito hispano.
Siguen teniendo “sed de absoluto” como hace 25 años
Coincide con él Sor Marie de L’Assomption, quien asegura que hoy, como hace 25 años, los jóvenes “tienen sed de absoluto”. “Si se les propone seguir a Cristo, todos se levantan. Quizás en los años anteriores no se les ha propuesto suficientemente la radicalidad del Evangelio. Se pensó que los jóvenes no podían reflexionar, que los jóvenes solo querían divertirse sin esfuerzo”, concluye la religiosa francesa.
Si bien los lenguajes, los acentos y las formas han cambiado, hay algo que no se ha perdido: la experiencia de sentirse amados por Dios y llamados a transformar el mundo desde el Evangelio.




