El pasado 20 de enero concluyó la fase diocesana del proceso de beatificación del Siervo de Dios Pierangelo Capuzzimati, un joven italiano que, pese a padecer leucemia, vivió cada día con una fe inquebrantable. El 30 de abril de 2008, a los 17 años, regresó a la casa del Padre, dejando un testimonio de entrega y fortaleza.

Así lo recuerda el postulador de la causa, P. Cristian Catacchio, párroco de la iglesia Madonna della Fiducia de Taranto, ciudad al sur de Italia donde nació Pierangelo el 28 de junio de 1990.  El 26 de abril de 2018, la Santa Sede otorgó el níhil óbstat para el inicio de su causa de beatificación y canonización. 

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“La historia de Pierangelo es especialmente significativa para las nuevas generaciones que, a menudo, buscan modelos positivos a seguir. Su vida nos recuerda que, incluso ante las mayores dificultades, la fe y la esperanza pueden darnos la fuerza para seguir adelante”, relata el sacerdote a ACI Prensa.

“Una paz interior inimaginable”

Fue criado en un ambiente sereno en la ciudad de Faggiano, donde vivía junto a sus padres, Angelo y Giuseppina, y su hermana pequeña Sara. En el verano de 2004, le diagnosticaron leucemia.  

Pierangelo junto a su hermana Sara. Crédito: Associazione Pierangelo Capuzzimati
Pierangelo junto a su hermana Sara. Crédito: Associazione Pierangelo Capuzzimati

“La enfermedad tomó a todos por sorpresa y sentimos un profundo desconcierto. Sólo Dios conoce su camino más íntimo. Pero nosotros, con asombro creciente, observamos su actitud siempre serena, sin quejas, sin rendirse ni hacer referencia a su enfermedad”, cuenta el P. Cristian a ACI Prensa. 

“Su control y fortaleza interior eran sublimes, su serenidad desconcertaba y daba la sensación a quienes lo rodeaban de que todo era normal. Sorprendían su hablar y su comportamiento tranquilo, adulto, con una paz interior inimaginable”, destaca.

“Pierangelo amaba la vida”

El sacerdote italiano describe al Siervo de Dios como un joven “que amaba la vida, absorbía su esencia, él mismo estaba lleno de vida. Disfrutaba intensamente cada momento de su día, sabía alegrarse incluso con las pequeñas cosas”. 

Sometido a dos trasplantes de médula y numerosas hospitalizaciones, Pierangelo dedicaba gran parte de su tiempo a la oración, el estudio y la lectura. “A medida que ampliaba sus conocimientos, se daba cuenta de la inmensidad del mundo que hay dentro y alrededor de nosotros y se embriagaba de la belleza en la que estamos inmersos”, cuenta el P. Catacchio.

“Con espíritu franciscano, —continúa— admiraba la creación y cada una de sus criaturas, apreciando todo lo que habitualmente pasa desapercibido ante nuestra mirada distraída y acostumbrada”.

“Valoraba la inteligencia y la creatividad humana. Se maravillaba ante las obras de arte e investigaba sobre sus autores. Al principio, era inconscientemente feliz de formar parte del maravilloso misterio de la vida, y luego, con la madurez, cada vez más consciente y seguro de ello”, afirmó. 

Vivía su enfermedad “con plena confianza en Dios”

El párroco italiano recuerda las palabras del Papa Francisco durante su encuentro con fieles en Bakú, Azerbaiyán: ‘La fe es un hilo de oro que nos une al Señor, la pura alegría de estar con Él, de ser uno con Él; es el don que vale toda una vida, pero que da frutos sólo si hacemos nuestra parte’.

“Creo que Pierangelo se aferró firmemente a este hilo de oro. Ante la enfermedad, seguramente pidió la fe a través de la oración, la frecuencia de los sacramentos, el conocimiento de la vida y el pensamiento de los santos y testigos de la fe”, señala. 

Remarca que “esta intensa búsqueda interior le permitió sentir dentro de sí la fuerte presencia de Dios, moldeándolo, cambiando su forma de pensar y dándole nuevos pensamientos y sentimientos”.

Además, afirma que “sintió un profundo interés por la figura de los Papas, tanto Juan Pablo II como Benedicto XVI, a quien pudo conocer”.

“Su oración fue, sin duda, una oración del corazón. Se confió a su amigo Jesús y dejó que Jesús mismo, dentro de él, orara al Padre junto a él. Pero la oración también implica un compromiso de vida y Pierangelo no se conformó con una existencia mediocre”. 

En este contexto, subraya que “vivió plenamente sus años, convirtió su propio cuerpo en un mensaje, se puso al servicio de los demás al no hacer pesar su enfermedad, al mostrarse sereno, al hacer resonar su risa espontánea y luminosa y al brindar apoyo moral a algunos de sus compañeros de escuela, a quienes no ocultó su confianza en Dios”, destaca el sacerdote. 

Pierangelo junto a amigos de la escuela. Crédito: Associazione Pierangelo Capuzzimati
Pierangelo junto a amigos de la escuela. Crédito: Associazione Pierangelo Capuzzimati

“No lo entiendo, pero creo”

El P. Catacchio recuerda una frase que decía el joven Pierangelo: ‘Desde el primer momento, he visto esta experiencia de enfermedad como un don del Señor… No lo entiendo, pero creo’. “Solo la fe puede inspirar a un adolescente palabras tan ardientes”, reitera el sacerdote. 

Destaca que era “solo un chico que debería haber estado viviendo sus primeras salidas con amigos, sus primeros amores, su despreocupación juvenil. En cambio, pasó largos períodos en el hospital o en casa. Desde 2004 hasta 2008, su vida social fue mínima”. 

“Después del trasplante, la recuperación fue larga, pues su sistema inmunológico estaba muy debilitado. Para mantenerse saludable y prevenir infecciones, además de los medicamentos, debía seguir muchas precauciones. Pierangelo recibió dos trasplantes, y para cualquiera hubiera sido difícil mantenerse tranquilo y positivo. Pero él lo logró”, recuerda el postulador de la causa de beatificación.

Indica también que Pierangelo “se sumergió” en la Historia de la Iglesia: “Pierangelo tenía una increíble capacidad de análisis y una vasta cultura, fruto de lecturas cada vez más exigentes: desde autores clásicos griegos y latinos hasta San Agustín, Santo Tomás y San Francisco, pasando por escritores contemporáneos. Estos libros se convirtieron en su alimento diario, sus compañeros insustituibles en interminables días de convalecencia”.

“Vivió casi en el anonimato, y sin embargo, muchos experimentaron su fe. Tras su muerte, cada persona compartió el fragmento de vida que había vivido con él, entre el hospital y la escuela. Se reveló una imagen unificada con un hilo conductor: una gran fe”, destaca el sacerdote.

Siguientes pasos tras la fase diocesana

El postulador de la causa precisa que la clausura de la fase diocesana en el proceso de beatificación “es un paso fundamental en el camino que lleva a la declaración de santidad de una persona”. 

Significa que la Iglesia, a nivel local (diócesis), “ha concluido la investigación sobre la vida, las virtudes y los posibles milagros atribuidos a esta persona”, explica el P. Catacchio.

En la práctica, añade, “esto significa que se han recopilado todos los testimonios: familia, amigos, conocidos y cualquier persona que haya tenido relación con Pierangelo han aportado su testimonio sobre su vida, sus acciones y su reputación”.

Además, remarca que se han examinado “todos los documentos disponibles, como cartas, diarios, artículos de periódicos, etc., para reconstruir el recorrido existencial de Pierangelo”. En definitiva, “se ha evaluado su fama de santidad, verificando si goza de un sólido reconocimiento de santidad entre el pueblo”.

Señala que toda la documentación recopilada se envía a Roma, en concreto a la Congregación para las Causas de los Santos. “Allí, el proceso es revisado nuevamente por teólogos e historiadores. Si es necesario, pueden solicitarse más investigaciones o testimonios. Si la Congregación reconoce las virtudes heroicas de la persona y la autenticidad de un milagro, el Papa puede autorizar la beatificación”.

Por lo tanto, afirma que la clausura diocesana “es un paso importante, pero no definitivo” en el proceso de beatificación. “Es una señal de que la investigación local ha dado un resultado positivo y que el camino hacia los altares puede continuar”, puntualiza.