Durante los días de la Octava de Pascua, la Iglesia se esmera por mantener vivo el espíritu celebrativo del Domingo de Resurrección e invita a los fieles a exclamar constantemente, con profunda alegría: ¡Aleluya! ¡Cristo ha resucitado!
La Liturgia de la Palabra se adentra en los hechos extraordinarios acontecidos tras la resurrección del Señor, sin la cual “vana sería nuestra fe” (ver: I Corintios 15,14). Jesús seguirá apareciéndose a sus discípulos confirmándolos en la fe y preparándolos para la misión que habrán de cumplir.
Esos mismos discípulos, quienes en el momento de la prueba fueron presa fácil del miedo, ahora aparecen con espíritu renovado, llenos de confianza y fortaleza interior, dando testimonio de la grandeza del Maestro. Por esto, la primera lectura de cada día de la Octava está tomada de los Hechos de los Apóstoles.