Papa Francisco a católicos de Tierra Santa: Sois semillas de bien en una tierra desgarrada por el conflicto

El Papa Francisco en la Audiencia General de este 27 de marzo El Papa Francisco en la Audiencia General de este 27 de marzo | Crédito: Vatican Media

El Papa Francisco ha escrito una carta a los católicos de Tierra Santa, en la que transmite su cercanía a los que sufren “dolorosamente el drama absurdo de la guerra”, especialmente durante esta Semana Santa. 

En la misiva, difundida por la Oficina de Prensa de la Santa Sede este 27 de marzo, el Santo Padre señala que los habitantes de Tierra Santa  son“antorchas encendidas”, en estos “tiempos oscuros, en los que  parece que las tinieblas del Viernes Santo recubren vuestra tierra”.

A continuación, la carta completa del Papa Francisco:

Queridos hermanos y hermanas, 

Desde hace tiempo los llevo en mi pensamiento y rezo cada día por ustedes. Pero ahora, en  vísperas de esta Pascua, que para ustedes tiene una fuerte carga de Pasión y todavía poco de  Resurrección, siento la necesidad de escribirles y decirles que los llevo en el corazón. Me hago  cercano a todos ustedes, en sus varios ritos, queridos fieles católicos esparcidos por todo el territorio de la Tierra Santa. En particular a cuantos, en estos momentos, están sufriendo dolorosamente el drama absurdo de la guerra, a los niños a los que se les niega un futuro, a cuantos lloran y sufren, a  cuantos experimentan angustia y desorientación.  

La Pascua, centro de nuestra fe, tiene aún más significado para ustedes, que la celebran en  los lugares en los que el Señor vivió, murió y resucitó. No sólo la historia, ni tampoco la geografía  de la salvación existirían sin la tierra que ustedes habitan desde hace siglos, en la que quieren  permanecer y donde es un bien que puedan quedarse. Gracias por su testimonio de fe, gracias por la  caridad que existe entre ustedes, gracias porque saben esperar contra toda esperanza. 

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Deseo que cada uno de ustedes sienta mi afecto de padre, que conoce sus sufrimientos y sus fatigas, en particular las de estos últimos meses. Junto a mi afecto, espero que puedan percibir el de todos los católicos del mundo. Que el Señor Jesús, nuestra Vida, como Buen Samaritano derrame  sobre las heridas de sus cuerpos y sus almas el aceite del consuelo y el vino de la esperanza.  

Pensando en ustedes, vuelve a mi mente la peregrinación que realicé hace diez años; y hago mías las palabras que san Pablo VI, primer sucesor de Pedro peregrino en Tierra Santa, dirigió hace  cincuenta años a todos los creyentes: “la prolongación del estado de tensión en el Oriente Medio,  sin que se hayan dado pasos conclusivos hacia la paz, constituye un grave y permanente peligro que  amenaza no sólo la tranquilidad y la seguridad de aquellas poblaciones —y la paz del mundo  entero—, sino también ciertos valores sumamente queridos, por distintos motivos, para gran parte  de la humanidad” (Exhort. ap. Nobis in Animo). 

Queridos hermanos y hermanas, la comunidad cristiana de Tierra Santa no sólo ha sido custodia de los lugares de la salvación a lo largo de los siglos, sino que constantemente ha dado  testimonio, a través de sus propios sufrimientos, del misterio de la Pasión del Señor. Y, con su capacidad de levantarse y seguir adelante, ha anunciado y sigue anunciando que el Crucificado  resucitó, que con los signos de su Pasión apareció a sus discípulos y ascendió al cielo, llevando  junto al Padre nuestra humanidad atormentada pero redimida. En estos tiempos oscuros, en los que  parece que las tinieblas del Viernes Santo recubren vuestra tierra y tantas partes del mundo son desfiguradas por la inútil locura de la guerra, que es siempre y para todos una sangrienta derrota,  ustedes son antorchas encendidas en la noche; son semillas de bien en una tierra desgarrada por los conflictos.  

Por ustedes y con ustedes rezo: “Señor, que eres nuestra paz (cf. Ef 2,14-22), tú que has  proclamado bienaventurados a los que trabajan por la paz (cf. Mt 5,9), libera el corazón del hombre  del odio, de la violencia y de la venganza. Nosotros te contemplamos y te seguimos a ti, que  perdonas, que eres manso y humilde de corazón (cf. Mt 11,29). Haz que nadie nos robe del corazón  la esperanza de ponernos en pie y de resucitar contigo, haz que no nos cansemos de afirmar la  dignidad de todo hombre, sin distinción de religión, etnia o nacionalidad, empezando por los más  frágiles, por las mujeres, los ancianos, los pequeños y los pobres”.  

Hermanos y hermanas, quisiera decirles que no están solos y no los dejaremos solos, sino que permaneceremos solidarios con ustedes a través de la oración y la caridad activa, esperando  poder volver pronto a ustedes como peregrinos, para mirarlos a los ojos y abrazarlos, para partir el  pan de la fraternidad y contemplar aquellos brotes de esperanza nacidos de vuestras semillas, esparcidas en el dolor y cultivadas con paciencia.  

Sé que sus Pastores, los religiosos y las religiosas están junto a ustedes. Les agradezco de  corazón todo lo que hacen y continúan haciendo. Que crezca y resplandezca en el crisol del  sufrimiento el oro de la unidad, también con los hermanos y las hermanas de las otras confesiones  cristianas, a quienes asimismo les deseo manifestar mi cercanía espiritual y expresar mi aliento. A  todos los llevo en la oración. 

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Los bendigo e invoco sobre ustedes la protección de la Bienaventurada Virgen María, hija de  vuestra tierra. Renuevo la invitación a todos los cristianos del mundo a hacer sentir su apoyo concreto y a rezar sin cansarse, para que toda la población de vuestra querida tierra esté por fin en  paz.  

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