En concreto, el tema de la discusión fue la naturaleza y función de las historias por las que ambos sentían una gran pasión. Por un lado, Lewis defendía que los mitos “no eran más que bellas mentiras”, mientras que Tolkien aseguraba que se trataba de “una forma, imperfecta pero noble y bella, con la que los hombres explican una verdad universal”.
Estas eran cuestiones centrales para Tolkien, la base de su trabajo literario y de su convicción de que la creatividad humana era un gran don de Dios, en el cual se refleja y se propaga su misma potencia creadora a través de la historia.
Durante su juventud, el autor de las Crónicas de Narnia se consideraba intelectualmente ateo y fue en 1929 cuando reconoció la existencia de Dios.
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