En los días posteriores a su ingreso al monasterio, Rafael escribió: “Suspiro todo el día por Cristo (...). El monasterio va a ser para mí dos cosas. Primero: un rincón del mundo donde sin trabas pueda alabar a Dios noche y día; y, segundo, un purgatorio en la tierra donde pueda purificarme, perfeccionarme y llegar a ser santo. Yo le entrego mi voluntad y mis buenos deseos. Que Él haga lo demás”.
La Guerra Civil española y la diabetes que lo aquejaba lo forzaron a dejar hasta en tres ocasiones el monasterio, dando ocasión también a los subsiguientes reingresos. Quedar fuera del claustro no era una opción para Arnaiz. Sabía cuál era su centro y su lugar, y si las circunstancias no eran las propicias, poco importaba. Cuando las cosas se tornaron más favorables, siempre volvió a donde fue llamado por Dios.
El “Hermano Rafael”, como lo llamaban quienes lo conocían, falleció el 26 de abril de 1938 en la enfermería del convento, a la edad de 27 años, tras sufrir un coma diabético.
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