"La Santísima Virgen María, cumplido el curso de su vida terrena, fue llevada en cuerpo y alma a la gloria del cielo, en donde ella participa ya en la gloria de la resurrección de su Hijo, anticipando la resurrección de todos los miembros de su cuerpo" (CEC 974). De esta manera, recuerda el Catecismo, María asunta se convierte en signo viviente de la promesa cumplida, en adelanto y estímulo para quienes esperan en Dios.
Así pues, creer en la Asunción constituye una respuesta auténtica a la invitación amorosa que Dios nos hace desde toda la eternidad a participar de su vida íntima. Es necesario, por lo tanto, reparar en la importancia de María dentro del plan de salvación y acoger una verdad (dogma mariano) cuyo carácter es central para la salvación. La Madre elevada a las alturas, cerca de la Trinidad, permite avizorar la gran meta a la que aspira todo cristiano.