El Papa Emérito comenta a continuación: «Su realismo [el de San Isidoro] de auténtico pastor lo convenció del peligro que corren los fieles de limitarse a ser hombres de una sola dimensión. Por eso, añade: "El camino intermedio, compuesto por ambas formas de vida, resulta normalmente el más útil para resolver esas tensiones, que con frecuencia se agudizan si se elige un solo tipo de vida; en cambio, se suavizan mejor alternando las dos formas" (o.c., 134: ib., col 91 B)».
La búsqueda de este equilibrio fue motivación constante para San Isidoro. Por un lado, su amor a los pobres era inmenso, como quedó siempre patente a través de las ayudas que llegaban a sus manos, limosnas que conseguía y distribuía entre los necesitados. Por otro lado, se preocupó mucho de la formación del clero, y promovió la construcción de una escuela para preparar a los futuros sacerdotes -un anticipo de lo que siglos más tarde serían los seminarios-.