Todos conocen la Basílica de San Francisco de Asís, lugar de sepultura del fundador de la orden franciscana, así como la basílica que alberga la Porciúncula. Pero pocos conocen el Eremo delle Carceri, una ermita escondida en las montañas, rodeada de árboles, un lugar de silencio donde el mismísimo Poverello se retiraba a rezar.
En cada estación, una multitud incesante abarrota las majestuosas entradas de las Basílicas Superior e Inferior de Asís, en la región de Umbría, Italia. Miles de turistas recorren los adoquines de la ciudad medieval con sus pálidas fachadas de piedra. Mientras tanto, a solo cinco kilómetros del centro, en lo alto de la ciudad, la atmósfera es completamente diferente: aquí reinan el silencio y la soledad. Esto es lo que Francisco y sus compañeros buscaban a principios del siglo XIII.
Al final de una sinuosa subida, en las laderas del Monte Subasio, a unos 800 metros de altitud, el primer fraile franciscano erigió una pequeña ermita enclavada en la vegetación. En este lugar sagrado, aún no hay bocinas, ni vendedores de recuerdos, ni restaurantes; solo el canto de los pájaros da la bienvenida a las almas que acuden a rezar.
En el siglo XV, San Bernardino de Siena construyó un convento en lo que había sido el refugio de Francisco para escapar del bullicio del mundo. Así, el refugio original creado por el santo de Asís fue creciendo habitación tras habitación, hasta convertirse en un monasterio de varios niveles, aún marcado por la rusticidad y la austeridad.