“Lo que se está consumando ante los ojos del mundo entero constituye una derrota de la civilización”, el Papa Juan Pablo condenaba con estas palabras el genocidio de Srebrenica, ocurrido el 11 de julio de 1995.
En medio de la guerra de Bosnia (1992-1995), enmarcada en el conflicto de las guerras yugoslavas, la ciudad de Srebrenica fue tomada por fuerzas serbobosnias al mando del general Ratko Mladić. Era una localidad que había sido designada como “zona segura” por las Naciones Unidas y sus habitantes eran mayoritariamente musulmanes bosnios.
La compleja combinación de factores políticos y religiosos sobre las que se fundamentaba el conflicto yugoslavo desató un infierno sobre los pobladores de Srebrenica. Según la Enciclopedia Britannica, 8.000 hombres y niños —de entre 13 y 75 años, musulmanes en su mayoría— fueron asesinados en la ciudad por el ejército de Mladić. Todos fueron arrojados a fosas comunes.
La masacre se consideró como el peor episodio de asesinatos en masa en toda Europa, desde el final de la II Guerra Mundial, en 1945. Además de la matanza, más de 20.000 civiles fueron expulsados de la zona, consumando así un episodio catalogado por muchos como “limpieza étnica”.
“Las noticias y las imágenes de Bosnia, y en especial de Srebrenica y de Zepa, atestiguan el hecho de que Europa y la humanidad se han hundido aún más en el abismo de la abyección”, dijo el papa polaco, ahora santo, durante el rezo del Ángelus, el domingo 16 de julio de ese mismo año.
“Ninguna causa, ningún proyecto pueden justificar acciones y métodos tan bárbaros: ¡son crímenes contra la humanidad! ¡Cómo querría que mi palabra, mi afecto y mi oración llegaran a esos hermanos y a esas hermanas, rechazados en el camino del éxodo en la más extrema miseria!”, agregó.