A lo largo de la historia, los santos de la Iglesia Católica reconocieron al Arcángel San Miguel no sólo como el “jefe o cabeza de la milicia celestial” que nos protege de los ataques del demonio, sino también como el defensor de los moribundos.
Se dice que en una ocasión, San Anselmo narró que un piadoso religioso recibió grandes tentaciones del demonio justo cuando estaba a punto de morir.
Comentó que el diablo se presentó al moribundo y lo acusó de todos los pecados que cometió antes de su tardío Bautismo, pero que San Miguel Arcángel también se apareció y le recordó que todos esos pecados quedaron borrados con el Bautismo.