Mónica nació en Tagaste, norte de África (actual Túnez), el año 331. Siendo joven, por un arreglo que hicieron sus padres, se casó con Patricio, un hombre violento y mujeriego. Alguna vez le preguntaron por qué su marido nunca la golpeaba teniendo tan mal genio. Entonces ella respondió: "Es que, cuando mi esposo está de mal genio, yo me esfuerzo por estar de buen genio. Cuando él grita, yo me callo. Y como para pelear se necesitan dos y yo no acepto la pelea, pues.... no peleamos".
Quizás hoy, una actitud así podría pasar por simple sumisión o pasividad, pero, por el contrario, en el caso de Mónica revela cierta astucia y prudencia. Ella sabía muy bien que la violencia no conduce sino a más violencia. Por eso, es más lógico pensar que ella escogió el mejor camino: el de la perseverancia, la caridad comprometida, la paciencia y la inteligencia.
Santa Mónica, sin lugar a dudas, jugó un rol muy activo dentro de su familia. Nunca dejó de rezar y ofrecer sacrificios por la conversión de su esposo, cosa que finalmente logró. El padre de Agustín se bautizó poco antes de morir y dejó este mundo como un cristiano.