Clodoveo creyó entonces que la repentina muerte de su hijo se debía a que había recibido el bautismo cristiano, por lo que sus dioses estaban enfadados con él. Clotilde, en cambio, aceptó lo sucedido con fe y se empeñó aún más en acercar el corazón de su esposo al Señor. La reina no perdió la esperanza y siguió insistiendo a fuerza de caridad, amabilidad y oración.
Francia, una nación para Dios
Años más tarde, los pueblos germánicos invadieron territorio franco y Clodoveo tuvo que salir al frente de su ejército. En medio de una cruda batalla contra los invasores, en la que la derrota parecía inminente, el rey, desesperado, clamó al Dios cristiano que lo ayudara a expulsar al enemigo. De acuerdo a la tradición, Clodoveo gritó: "Dios de mi esposa Clotilde, si me concedes la victoria, te ofrezco que me convertiré a tu religión".
En contra de lo que podía esperarse, los francos vencieron y lograron expulsar a los germanos de sus tierras. Clodoveo, en honor a la promesa hecha, accedió a prepararse para el bautismo. Su preceptor fue el famoso obispo San Remigio quien lo bautizaría en la Navidad del año 496.