Concluido el trágico episodio, María, una de las tres jóvenes, daría su testimonio: “Vi que don Caravario, con la cabeza inclinada, hablaba en voz baja con el obispo” -los salesianos se estaban confesando mutuamente, tras haber sufrido una brutal golpiza por defender a los rehenes-. Después María aseveró: “El obispo y don Caravario nos miraban, nos señalaban con los ojos el cielo y rezaban. Su aspecto era amable y sereno, y rezaban en voz alta”.
Los piratas tras secuestrar a las chicas y a los misioneros habían tomado rumbo hacia su escondite. En el trayecto pusieron a las muchachas fuera de la vista del sacerdote y el obispo. Unos minutos después se escucharon cinco disparos. Luego oyeron que los piratas comentaban intrigados: “Todos tienen miedo a la muerte. Por el contrario, estos dos han muerto contentos”. Era el 25 de febrero de 1930.
Días después, miembros del ejército chino llegaron a las cuevas en las que se refugiaban los bandidos, quienes habían huido dejando a sus rehenes con vida. María, Paula y Clara fueron rescatadas sanas y salvas por los militares. Los piratas no les habían hecho nada. Ellas, mientras estuvieron secuestradas, solo permanecieron rezando de rodillas al lado de los cuerpos de ambos mártires, quienes habían dado la vida por defenderlas.
Mientras tanto, los cadáveres de San Luis Versiglia y San Calixto Caravario fueron hallados en los alrededores. Estos serían trasladados para darles cristiana sepultura.