Me hace pensar en el trabajo que realizan muchos cristianos con las llamadas, obras de caridad, el trabajo de la limosnería apostólica, ¿qué se hace allí? Se organiza la esperanza, no se da una moneda, se organiza la esperanza. Esta es la dinámica que hoy nos pide la Iglesia.
Hay una imagen de la esperanza que Jesús nos ofrece hoy. Es una imagen sencilla e indicativa al mismo tiempo, se trata de las hojas de la higuera, que brotan sin hacer ruido, señalando que el verano se acerca. Y estas hojas aparecen, subraya Jesús, cuando las ramas se ponen tiernas (cf. v. 28).
Hermanos, hermanas, esta es la palabra que hace surgir la esperanza en el mundo y que alivia el dolor de los pobres: la ternura. Compasión que te lleva a la ternura. Nos toca a nosotros superar la cerrazón, la rigidez interior, que es la tentación de hoy, de los restauradores que quieren una Iglesia ordenada, toda rígida, esta es la tentación de ocuparnos sólo de nuestros problemas, para enternecernos frente a los dramas del mundo, para compadecer el dolor. Como las tiernas hojas del árbol, estamos llamados a absorber la contaminación que nos rodea y a transformarla en bien. No sirve hablar de los problemas, polemizar, escandalizarnos -esto lo saben hacer todos-, es necesario imitar a las hojas que, sin llamar la atención, cada día transforman el aire contaminado en aire puro. Jesús quiere que seamos "transformadores de bien", personas que, inmersas en el aire cargado que respiran todos, respondan al mal con el bien (cf. Rm 12,21). Personas que actúan, que parten el pan con los hambrientos, que trabajan por la justicia, que levantan a los pobres y les restituyen su dignidad. Como hizo aquel samaritano.
Es hermosa, es evangélica, es joven una Iglesia que sale de sí misma y, como Jesús, anuncia la buena noticia a los pobres (cf. Lc 4,18). Me detengo en ese último adjetivo, joven, la juventud de sembrar esperanza.