El fruto final del árbol de olivo es el aceite, ese aceite que tiempo atrás se contenía en preciosos vasos y recipientes, que abundan entre los tesoros arqueológicos de este país. El aceite ha proporcionado la luz que iluminó las noches de la antigüedad. Durante milenios fue el «sol líquido, el primer misterioso estado de la llama de las lámparas» (C. BOUREUX, Les plantes de la Bible et leur symbolique, París 2014, 65). A nosotros, querido hermano, el aceite nos evoca al Espíritu Santo, que dio a luz a la Iglesia. Sólo Él, con su esplendor que no conoce el ocaso, puede disipar las oscuridades e iluminar los pasos de nuestro camino.
Sí, porque el Espíritu Santo es, sobre todo, aceite de comunión. En la Escritura se habla del aceite que hace brillar el rostro del hombre (cf. Sal 104,15). Cuánto se necesita hoy reconocer el valor único que resplandece en todo hombre, en cada hermano. Reconocer esta característica común de la humanidad es el punto de partida para edificar la comunión. Pero, lamentablemente -como ha escrito un gran teólogo-, «la comunión parece tocar una cuerda sensible», un tema delicado, no sólo en la sociedad, sino a menudo también entre los discípulos de Jesús «en un mundo cristiano nutrido de individualismo y de rigidez institucional». Con todo, si las tradiciones propias y las especificidades de cada uno llevan a atrincherarse y a tomar distancia de los demás, si «la alteridad no es algo cualificado por la comunión, difícilmente se puede dar vida a una cultura adecuada» (I. ZIZIOULAS, Comunione e alterità, Roma 2016, 16). En cambio, la comunión entre los hermanos trae consigo la bendición divina. Los Salmos la comparan con un «perfume precioso que se derrama sobre la cabeza, que desciende sobre la barba» (Sal 133,2). El Espíritu que se derrama en las mentes nos impulsa en efecto a una fraternidad más intensa, a estructurarnos en la comunión. Por eso, no nos tengamos miedo, ayudémonos a adorar a Dios y a servir al prójimo, sin hacer proselitismo y respetando plenamente la libertad de los demás, porque -como escribió san Pablo- «donde está el Espíritu del Señor hay libertad» (2 Co 3,17). Rezo para que el Espíritu de caridad venza nuestras resistencias y nos haga constructores de comunión, porque «si el amor logra expulsar completamente al temor y éste, transformado, se convierte en amor, entonces veremos que la unidad es una consecuencia de la salvación» (S. GREGORIO DE NISA, Homilía 15, sobre el libro del Cantar de los cantares). Por otra parte, ¿cómo podemos dar testimonio al mundo de la concordia del Evangelio si nosotros cristianos todavía estamos separados? ¿Cómo podemos anunciar el amor de Cristo que reúne a las gentes, si no estamos unidos entre nosotros? Muchos pasos se han realizado para encontrarnos. Invoquemos al Espíritu de comunión para que nos impulse en sus caminos y nos ayude a fundar la comunión no en base a cálculos, estrategias y conveniencias, sino sobre el único modelo al que hemos de mirar: la Santísima Trinidad.
En segundo lugar, el Espíritu es aceite de sabiduría. Él ungió a Cristo y desea inspirar a los cristianos. Dóciles a su sabiduría humilde, crecemos en el conocimiento de Dios y nos abrimos a los demás. Quisiera en este sentido expresar mi reconocimiento por la importancia que da esta Iglesia ortodoxa, heredera de la primera gran inculturación de la fe -la inculturación con la cultura helénica- a la formación y a la preparación teológica. También quisiera recordar la fructífera colaboración en el ámbito cultural entre la Apostolikí Diakonía de la Iglesia de Grecia -cuyos representantes tuve la alegría de encontrar en el 2019- y el Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, así como la importancia de los simposios intercristianos promovidos por la Facultad de Teología ortodoxa de la Universidad de Salonicco junto a la Universidad Pontificia Antonianum de Roma. Son ocasiones que nos han permitido instaurar cordiales relaciones y llevar adelante útiles intercambios entre los académicos de nuestras confesiones. Agradezco además la activa participación de la Iglesia ortodoxa de Grecia en la Comisión mixta internacional para el diálogo teológico. ¡Que el Espíritu nos ayude a proseguir con sabiduría en estos caminos!