Sin embargo, el Papa aseguró que "los peores enemigos de la oración están dentro de nosotros" y citó algunos que describe el Catecismo: "desaliento ante la sequedad; tristeza de no entregarnos totalmente al Señor, porque tenemos 'muchos bienes'; decepción por no ser escuchados según nuestra propia voluntad; herida de nuestro orgullo que se endurece en nuestra indignidad de pecadores, alergia a la gratuidad de la oración".
"¿Qué hacer en el tiempo de la tentación, cuando todo parece vacilar? Si exploramos la historia de la espiritualidad, notamos enseguida cómo los maestros del alma tenían bien clara la situación que hemos descrito. Para superarla, cada uno de ellos ofreció alguna contribución: una palabra de sabiduría, o una sugerencia para afrontar los tiempos llenos de dificultad. No se trata de teorías elaboradas, elaboradas en la mesa, sino consejos nacidos de la experiencia, que muestran la importancia de resistir y de perseverar en la oración", afirmó el Papa.
De este modo, el Pontífice indicó que "los Ejercicios espirituales de San Ignacio de Loyola son un libro de gran sabiduría, que enseña a poner en orden la propia vida. Hace entender que la vocación cristiana es militancia, es decisión de estar bajo la bandera de Jesucristo y no bajo la del diablo, tratando de hacer el bien también cuando se vuelve difícil".
Asimismo, el Papa recordó a San Antonio abad, el fundador del monacato cristiano, que "en Egipto, afrontó momentos terribles, en los que la oración se transformaba en dura lucha" y relató que "su biógrafo San Atanasio, obispo de Alejandría, narra que uno de los peores episodios le sucedió al Santo ermitaño en torno a los treinta y cinco años, mediana edad que para muchos conlleva una crisis. Antonio fue turbado por esa prueba, pero resistió. Cuando finalmente volvió a la serenidad, se dirigió a su Señor con un tono casi de reproche: '¿Dónde estabas Señor? ¿Por qué no viniste enseguida a poner fin a mis sufrimientos?'. Y Jesús respondió: 'Antonio, yo estaba allí. Pero esperaba verte combatir'".