A su regreso a España, en 1928 fue destinado a Cádiz, donde permaneció 62 años. Desde un principio se le conoció por tener una fuerte fama de santidad debido a su bondad, abnegación y sencillez.
Según las crónicas de sus superiores y de muchas personas que a lo largo de su vida le trataron, el P. Vicente López de Uralde destacó por "una vida de oración, por su constante humildad y por la gran fecundidad de su sacerdocio, donde destacó especialmente por el sacramento de la Reconciliación".
Se dedicó especialmente al sacramento de la Reconciliación y pasó largas horas en el confesionario, donde era distinguido por su acogida, por su escucha y por saber transmitir la misericordia. Según recuerdan sus contemporáneos, cuando confesaba estaba "revestido de Buen Pastor, nunca de juez".
En la ciudad de Cádiz, donde vivió sus últimos años, era muy conocido y querido, recibiendo muchos homenajes, como ser nombrado Hijo Adoptivo de la Ciudad y Medalla de Oro de Cádiz.