Ha querido ser defendido, protegido y cuidado. Dios confió en José al igual que María, que encontró en él al esposo que la amaba y respetaba y que siempre cuidó de ella y del Niño. En este sentido, San José no puede dejar de ser el Custodio de la Iglesia, porque la Iglesia es la prolongación del Cuerpo de Cristo en la historia, y al mismo tiempo en la maternidad de la Iglesia se eclipsa la maternidad de María. José, al seguir protegiendo a la Iglesia, sigue protegiendo al Niño y a su madre, y también nosotros, al amar a la Iglesia, seguimos amando al Niño y a su madre" (ibíd.)
Este Niño es el que dirá: "Todo lo que hicisteis por uno de estos hermanos míos más pequeños, lo hicisteis por mí". (Mt 25,40). Por lo tanto, cada persona que tiene hambre y sed, cada extranjero, cada inmigrante, cada persona sin ropa, cada enfermo, cada prisionero es el "Niño" al que José cuida.
Y nosotros estamos invitados a proteger a toda esta gente, a estos hermanos y hermanas igual que lo ha hecho San José.
Por eso se le invoca como protector de todos los necesitados, de los exiliados, de los afligidos e incluso de los moribundos -hablamos de ello el miércoles pasado-. Y también nosotros debemos aprender de José a "custodiar" estos bienes: amar al Niño y a su madre; amar los sacramentos y al pueblo de Dios; amar a los pobres y a nuestra parroquia. Cada una de estas realidades es siempre el Niño y su madre (cf. Patris corde, 5).