“Pensaba que el dolor era sólo mío. Nunca había pensado en el suyo, que sentí aún más intenso porque nunca había sido expresado como tal”, explicó en el Vaticano Agnese Moro, la hija de Aldo Moro, el que fuera primer ministro de Italia hasta ser asesinado por las Brigadas Rojas, un grupo terrorista que sembró el terror en Italia hasta finales de la década de 1980.
Ella ha sido una de las ponentes que ha presentado este jueves el mensaje del Papa León XIV para la 59ª Jornada Mundial de la Paz, que se celebrará el 1 de enero de 2026.
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El cuerpo de su padre, entonces presidente de la Democracia Cristiana (DC), fue encontrado sin vida en el maletero de un automóvil Renault 4, a pocos pasos de la sede del partido, 55 días después de que fuera secuestrado.
Eran los años de plomo. Entre los años 60 y los 80 se contaron casi 500 muertos en Italia a causa de la violencia terrorista.
Moro, que tenía 25 años cuando se produjo el magnicidio, eligió el silencio durante más de tres décadas para tratar de superar la pérdida de su padre.
Proceso de justicia reparativa en las cárceles italianas impulsado por un jesuita
Sin embargo, todo cambió para ella hace 15 años. El sacerdote jesuita Guido Bergagna, que puso en marcha el primer grupo de justicia reparativa en las cárceles italianas, le invitó a participar en un encuentro con antiguos militantes de la lucha armada de los años 70 y 80, algunos de ellos vinculados directamente al secuestro y asesinato de su padre.
Agnese Moro tenía 25 años cuando las Brigadas Rojas asesinaron a su padre, entonces primer ministro de Italia. Hoy ha presentado en el Vaticano el mensaje del Papa para la 59ª Jornada Mundial de la Paz para hablar de justicia reparativa y perdón.
— Victoria Cardiel (@VictoriaCardiel) December 18, 2025
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“Era un lugar libre y reservado, al que se entra y se sale si se quiere, respetuoso de todos”, explicó en la sala de prensa del Vaticano. “Un lugar donde se podía hablar o callar, expresar el propio dolor sin juicio ni censura, acompañados por mediadores competentes, equidistantes y cercanos a todos”, aseguró.
En ese contexto, el encuentro con el dolor del otro se convirtió, según Moro, en “el primer golpe potente e irreversible contra la deshumanización”.
“Si sientes dolor, eres humano. Eres como yo”, afirmó al hablar de estos encuentros.
“La deshumanización es la condición previa de toda violencia”
En este marco, Moro destacó la centralidad de la justicia reparativa, que el Papa menciona explícitamente en su mensaje como una herramienta de paz social que debe ser sostenida y fortalecida. Según explicó, este enfoque “puede ayudar a devolver la humanidad allí donde han reinado la deshumanización y sus consecuencias”.
“La deshumanización es la condición previa de toda violencia”, señaló. “No se puede destruir el cuerpo de alguien si antes no se le ha considerado no humano, si no se le ha reducido a una función, a un uniforme, a un enemigo, a un fantasma. Y al hacerlo, se suspende también la propia humanidad”, incidió.
En esos intercambios que protagonizó y de los que salió la obra Il libro dell’incontro, que narra esta experiencia, sostuvo, se encontraba “toda la justicia que ellos y nosotros necesitábamos para vivir”.
En la mayor de las paradojas, esa humanidad reapareció en el encuentro con los verdugos de su padre. Lo que hasta el momento era un soliloquio atormentado se convirtió en un diálogo que no justificó lo que hicieron los terroristas pero le ayudó a reconocer que ellos también eran humanos.
“Cada una de mis palabras los hería, pero reconocía su humanidad. Y cada una de sus palabras me hirió, pero reconoció la mía. El verdadero escuchar es un reconocimiento recíproco de humanidad”, explicó ante los periodistas.
“A los fantasmas se les puede odiar para siempre; a las personas, no"
“A los fantasmas se les puede odiar para siempre; a las personas, no. Te apasionas por sus vidas difíciles y por su esfuerzo por recomenzar, y ellos se apasionan por la mía. Nuestro compañero común de camino es lo irreparable: nosotros por haberlo sufrido, ellos por haberlo causado”, aseveró al poner al descubierto ese hilo invisible entre víctimas y verdugos.
A pesar de todo el dolor, poder mirar a los ojos a los asesinos de su padre — sobre el que aún existen más incógnitas que certezas— y llegar incluso a perdonarlos fue un bálsamo para ella.
“Ninguna paz verdadera se alcanza sólo con el callar de las armas. Para que la paz sea real y duradera hay que desactivar también los mecanismos mentales y emocionales que están en la base de cualquier acto violento, y las memorias radioactivas que la violencia irreparable, ejercida o sufrida, deja tras de sí”, concluyó.




