El Papa León XIV se trasladó en la tarde de este martes a la colina del Aventino para presidir una Misa con ocasión del 125º aniversario de la Dedicación de la iglesia de San Anselmo, cuya construcción fue promovida por León XIII. 

A su llegada, fue recibido el abad primado de los benedictinos, Jeremias Schröder, quien al inicio de la celebración entregó simbólicamente al Papa las llaves de la iglesia.

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Desde el templo romano, custodiado por la Orden Benedictina desde sus orígenes, el Santo Padre recordó que la iglesia fue erigida a finales del siglo XIX y principios del XX, en “un momento lleno de desafíos”.

“El monasterio, así, se ha caracterizado cada vez más como lugar de crecimiento, de paz, de hospitalidad y de unidad, incluso en los períodos más oscuros de la historia”, subrayó.

El Pontífice posó su mirada en los desafíos del presente, que suscitan “problemáticas hasta ahora inéditas” y se dirigió en particular a los monjes benedictinos para invitarlos a responder a las exigencias de la vocación “poniendo a Cristo en el centro de nuestra existencia y de nuestra misión”.

También pidió que los monjes del Aventino se conviertan “en un corazón palpitante” dentro del gran cuerpo del mundo benedictino: “En la colmena laboriosa de San Anselmo, sea este el lugar de donde todo parte y al que todo retorna para encontrar verificación, confirmación y profundización ante Dios”.

El Papa también recordó que la dedicación de la iglesia “es el momento solemne de la historia de un edificio sagrado en el que se le consagra a ser lugar de encuentro entre espacio y tiempo, entre lo finito y lo infinito, entre el hombre y Dios: una puerta abierta hacia lo eterno, en la cual encuentra respuesta para el alma”, dijo, haciendo alusión a la exhortación Evangelii gaudium del Papa Francisco.

A continuación, señaló que el Concilio Vaticano II “describe todo esto en una de sus páginas más bellas, cuando define a la Iglesia como ‘humana y divina, visible pero dotada de realidades invisibles”. 

“Ferviente en la acción y dedicada a la contemplación, presente en el mundo y sin embargo peregrina; de tal modo, sin embargo, que lo que en ella es humano esté ordenado y subordinado a lo divino, lo visible a lo invisible, la acción a la contemplación, la realidad presente a la ciudad futura, hacia la cual estamos encaminados”, agregó.

“Es la experiencia de nuestra vida —continuó el Pontífice— y de la vida de todo hombre y mujer de este mundo, en búsqueda de aquella respuesta última y fundamental que ni la carne ni la sangre pueden revelar, sino solo el Padre que está en los cielos”.

Al finalizar su discurso, el Santo Padre recordó que “a Él estamos llamados a buscar y a Él estamos llamados a llevar a todos lo que encontramos, agradecidos por los dones que nos ha otorgado, y sobre todo por el amor con que nos ha precedido”. 

“Entonces este templo se convertirá cada vez más también en un lugar de alegría, en el que se experimenta la belleza de compartir con los demás aquello que gratuitamente se ha recibido”, concluyó León XIV.