El Papa León XIV aseguró este lunes que el amor de Cristo resucitado “ha transfigurado la muerte” y “de enemiga la ha convertido en hermana”, por lo que los cristianos “no estamos tristes como los demás que no tienen esperanza”.

El Santo Padre pronunció estas palabras durante la Misa celebrada en el Altar de la Cátedra en la Basílica de San Pedro en sufragio por el Papa Francisco —fallecido el pasado 21 de abril— y por todos los cardenales y obispos difuntos del último año.

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"Estamos llamados a llevar con Cristo el peso de estas cruces"

“Como cristianos, estamos llamados a llevar con Cristo el peso de estas cruces. Pero no estamos tristes como quienes carecen de esperanza, porque incluso la muerte más trágica no puede impedir a nuestro Señor acoger entre sus brazos nuestra alma y transformar nuestro cuerpo mortal, incluso el más desfigurado, a imagen de su cuerpo glorioso”, expresó el Pontífice.

León XIV destacó que esta celebración, ofrecida por el eterno descanso del Papa Francisco y de los purpurados y prelados fallecidos durante el año, la primera que preside durante su pontificado y que se enmarca en el contexto del Año Jubilar, “adquiere un sabor particular: el sabor de la esperanza cristiana”.

El Santo Padre celebró la Misa en el Altar de la Cátedra en la Basílica de San Pedro. Crédito: Daniel Ibañez/ EWTN News
El Santo Padre celebró la Misa en el Altar de la Cátedra en la Basílica de San Pedro. Crédito: Daniel Ibañez/ EWTN News

Recordó que la Palabra de Dios ilumina el misterio de la muerte con la escena evangélica de los discípulos de Emaús, “una gran imagen bíblica que resume el sentido de todo este Año Santo: el peregrinaje de la esperanza, que pasa a través del encuentro con Cristo resucitado”.

“El punto de partida —explicó— es la experiencia de la muerte, y en su forma más terrible: la muerte violenta que mata al inocente y deja a los demás desconfiados, desanimados, desesperados”, dijo. 

El Papa denunció que “muchas personas —especialmente los pequeños—siguen hoy sufriendo el trauma de una muerte espantosa, desfigurada por el pecado”.

Así, subrayó que ante esta realidad “no podemos ni debemos decir laudato si’, porque Dios Padre no la quiere, y envió a su Hijo al mundo para liberarnos de ella”.

“Está escrito: ‘El Cristo debía padecer estos sufrimientos para entrar en su gloria’ (Lc 24,26) y darnos la vida eterna. Sólo Él tiene palabras de vida eterna (Jn 6,68), y estas palabras tienen el poder de hacer arder nuevamente la fe y la esperanza en nuestros corazones”, añadió.

Una esperanza nueva: la esperanza pascual

Refiriéndose al gesto eucarístico de Jesús en Emaús, León XIV dijo: “Cuando toma el pan entre sus manos —las mismas que habían sido clavadas en la cruz—, pronuncia la bendición, lo parte y lo ofrece; entonces se abren los ojos de los discípulos, en sus corazones brota la fe y, con la fe, una esperanza nueva: la esperanza pascual”.

Esa esperanza, continuó el Papa, “no es una esperanza humana ni se basa en la sabiduría de los filósofos ni en la justicia de la ley, sino en el hecho de que el Crucificado ha resucitado y se ha aparecido a Simón, a las mujeres y a los demás discípulos”.

“Es una esperanza —dijo— que no se detiene en el horizonte terreno, sino que mira más allá: mira a Dios, de donde ha surgido el Sol que vino a iluminar a los que yacen en tinieblas y en sombra de muerte”.

El Santo Padre recordó que, gracias a Cristo, los cristianos pueden entonar con San Francisco de Asís el cántico: “Laudato si’, mi Signore, per sora nostra morte corporale”, es decir, “Alabado seas, mi Señor, por nuestra hermana muerte corporal”.

“El amor de Cristo crucificado y resucitado ha transfigurado la muerte: de enemiga la ha hecho hermana, la ha amansado”, afirmó.

Por ello, explicó, “los lugares de sepultura los cristianos no los llaman ‘necrópolis’, es decir, ‘ciudades de los muertos’, sino ‘cementerios’, que literalmente significa ‘dormitorios’, lugares donde se reposa en espera de la resurrección”.

El Papa concluyó su homilía evocando a los pastores difuntos —el Papa Francisco, cardenales y obispos— y exhortó a los fieles a conservar viva la esperanza que ellos transmitieron:

“El Señor los llamó y los constituyó pastores en su Iglesia, y con su ministerio —para usar el lenguaje del libro de Daniel— ‘condujeron a muchos por el camino de la justicia’. Que sus almas sean purificadas de toda mancha y resplandezcan como estrellas en el cielo. Y que a nosotros, aún peregrinos en la tierra, nos llegue en el silencio de la oración su aliento espiritual”, concluyó.