El presidente de la Conferencia epicopal Española (CEE), Mons. Luis Argüello, compartió un decálogo para afrontar la “urgencia vocacional y misionera” en la Iglesia que peregrina en España, durante el encuentro nacional de delegados de pastoral vocacional.
1. Vocación y misión están unidos
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Citando la exhortación apostólica Evangelii gaudium del Papa Francisco, el Arzobispo de Valladolid destacó que “un nexo profundo une misión y vocación”, dos palabras que expresan realidades distintas, pero que en ocasiones “parecen intercambiables”.
Este nexo, añadió el prelado, estuvo presente en el Sínodo de la Sinodalidad y, desde esa perspectiva de comunión y participación eclesial, animó “a valorar todos los carismas y ministerios y a alentar todas las vocaciones”.
“Dios llama por amor y su llamada envía a extender el amor”, prosiguió más adelante, de tal forma que la llamada ”se sustancia en un mandato” porque, añadió: “En esencia la misión no es otra cosa que inundar el mundo de fe, amor y esperanza”.
2. Somos vocación
Mons. Argüello planteó en segundo lugar que la primera vocación que recibimos todos es la existencia y, la segunda, a “llenarla de sentido, de vida, de santidad”, de tal manera que “la vocación no es un extra a lo que somos, no es un añadido a la estructura antropológica fundamental, es lo que somos”.
Esta vocación, detalla, “es algo que se recibe y no que uno se da”, no es “autorrealización”, debe marcar la dirección de las decisiones y concretarse en una respuesta sin la que “no hay vocación plenamente asumida”.
“Toda vocación nace de Dios, en un contexto, para el mundo. Toda vocación es un don. El don no se merece, sino que se acoge. El don no se conquista, sino que se agradece, el don no se entierra, sino que se entrega”, concluyó.
3. Transformar el don en tarea
Mons. Argüello expuso que “la vida como don encuentra su sentido en aceptar convertirse en un bien que se dona” o, dicho de otro modo, “pasar a percibir como proyecto y tarea lo que se ha descubierto como don, dando un significado a todo lo que se hace haciendo brotar las mejores capacidades de sacrificio y entrega”.
Así, añadió que la vocación se vive entre dos polos: “El Dios que nos llama y el mundo al que somos enviados”, de tal manera que la clave está en considerar que “la vida es vocación y que la dicha pasa por saberse donación”.
4. La crisis vocacional es crisis antropológica
En cuarto lugar, el prelado señaló que “la realidad que nos rodea no es de falta de curas y monjas, sino de falta de vidas entendidas y vividas como vocación” que abarca todos los ámbitos (familiar, profesional, eclesial), porque constituye “una crisis antropológica, de comprensión de lo que somos”.
Así, señaló que el paradigma actual es de “personas sin vocación”, donde cada quien se da un propósito en un ejercicio autónomo de opciones, provocado por una “exacerbada búsqueda de la libertad”, la falta de “herramientas básicas para la vida” en la juventud, la “confusión sobre el significado y vivencia de la sexualidad”, la exclusión del amor como centro de un paradigma vocacional y la primacía de la eficacia y la utilidad por encima de todo, que “debilita cualquier búsqueda del bien común”.
Esto afecta la pastoral vocacional de la Iglesia que, denunció, cae en ocasiones en “una pastoral de valores más que de encuentro y escucha de Dios” que reduce la vocación “a una mera opción con criterios sentimentales y afectivos, sin apertura a la trascendencia”.
5. Una oferta de gracia que exige discernimiento
El presidente de la CEE planteó que “la vida, como vocación, en las vocaciones, no es una respuesta en una decisión aislada, sino un camino. Si bien la vocación específica es la voluntad de Dios sobre la vida de la persona, toca huir de una concepción pasiva y mecanicista de la existencia” en la que nos convirtamos en “marionetas”.
A este respecto, el prelado afirmó que “la vocación no se impone como un destino que padecer ni como un guion ya escrito, sino que es una oferta de gracia que reclama la interpretación libre y creativa, el discernimiento”.
Para acompañar el discernimiento vocacional, Mons. Argüello señaló algunas recomendaciones, entre otras, aceptar que se trata de “un proceso dinámico, donde la elección se va continuamente actualizando” o que el lugar principal de escucha es la “relectura de experiencias pasadas”, tomadas como “huellas” llenas de sentido.
Asimismo, planteó considerar que la vocación “realmente encarna nuestros anhelos más hondos”, tiene una doble dimensión comunitaria: eclesial y misionera y tiene “carácter de perpetuidad”.
6. Cultura vocacional
Al considerar que la crisis vocacional es “una ruptura sistemática y funcional”, el abordaje no puede ser unívoco: “Al tratarse de una ruptura múltiple ha de trabajarse desde múltiples ámbitos, es decir, creando un ecosistema, una cultura, un humus, donde las personas descubran qué hacer con su vida”.
Para ello, es necesario crear una cultura que lleve a que toda actividad eclesial sea vocacional, esto es que “ha de ayudar a toda persona a escuchar la llamada, a poner sus dones al servicio de las necesidades del mundo con vidas comprometidas”.
Crear esta cultura vocacional, añadió Mons. Argüello, sólo es posible “estando muy unidos a Él” y debe adquirirse por “contagio”.
7. La Iglesia como familia vocacional
El prelado español subrayó como séptima consideración que “somos una familia vocacional que tiene su raíz en el misterio de Dios trinitario”, lo que se traduce en que “inspirados en Dios nuestras relaciones son fraternas llenas de cuidados y de amor” y en que “atentos a la llamada del Espíritu favorecemos la acogida, florecimiento y maduración de todas las vocaciones eclesiales”.
Así, añadió, “la vocación personal que recibimos cada uno de los cristianos enriquece a todos. Ninguna vocación se comprende en sí misma, sino que hay que entenderla en armonía con las demás”.
“Todos necesitamos de todos. Lo que lleva a conocernos, valorarnos, apoyarnos y complementarnos. ¿Qué podemos hacer los laicos para que haya buenas vocaciones consagradas y sacerdotales? ¿Qué podemos hacer los consagrados y sacerdotes para que haya buenas vocaciones laicales? ¿En qué nos podemos ayudar unos a otros para fomentar las otras vocaciones?”, se preguntó.
8. Discernir el camino
Una vez dibujado el panorama de la cultura que se quiere proponer ante la crisis antropológica vocacional, Mons. Argüello considera que “para poder pasar de los sueños a los retos es fundamental ejercitar el discernimiento” y “pedir al dueño de la mies que mande buenas vocaciones para la misión”, porque “ser una Iglesia vocacional es un reto que nos supera”.
Por ello, animó a “volver a acoger la llamada y reavivar la inquietud por el Evangelio frente a la desilusión”, así como a “vivir gozosamente la propia vocación” para fomentar una cultura vocacional que se caracteriza por “el anuncio del Evangelio, la entrega de una antropología cristiana, la vida entendida como llamada y servicio, donde prevalece la apertura y no la autorreferencialidad”.
Ésta cultura también es capaz de acoger la vida, se opone a la soberbia, piensa en la tierra como “un don que hay que cultivar y respetar”, anuncia “la belleza del matrimonio cristiano, la riqueza del compromiso laical en la vida pública, la originalidad de la vocación consagrada, la necesidad de la vocación sacerdotal”.
9. Pastoral vocacional con alma y organización
En penúltimo lugar, el Arzobispo de Valladolid animó a considerar que “la dimensión vocacional es hoy la dimensión más significativa de toda propuesta pastoral” y que para que esta pastoral tenga “un alma vocacional necesitamos fomentar una organización pastoral de comunión y de colaboración entre distintos sectores pastorales”.
Así, animó a las diócesis a organizar Servicios de Pastoral Vocacional a imagen del que se constituyó a nivel nacional dentro de la CEE.
10. Promover en la Iglesia la urgencia vocacional y misionera
Por último, Mons. Argüello llamó a promover una Iglesia vocacional y misionera, un reto entendido como “un compromiso urgente que hoy llega a nuestras familias, barrios y parroquias, pueblos y ciudades, congregaciones e instituciones apostólicas, diócesis y organismos eclesiales, pero, sobre todo, es una llamada a todos los que hemos podido vivir esta fiesta del Espíritu”.
“La iglesia misionera es una iglesia vocacional. Estamos llamados a transmitir el fuego vocacional”, insistió.





