Norma Pérez, viuda desde hace 5 años, y Olga Pallares, desde hace dos, han experimentado el dolor punzante que provoca en las entrañas perder a un ser querido.
Amigas desde hace más de treinta años, han conseguido poner luz a algo tan oscuro como es la muerte de sus maridos. “Sé que está con Dios, sin sufrimiento, en un gozo que no es de este mundo”, afirma Norma a quien el duelo no la quebró por completo; al contrario, fortaleció su fe.
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“Una parte de él ha quedado con nosotras"
Juntas participaron este lunes en el Jubileo de la Consolación para dar testimonio de que la muerte no tiene la última palabra. “Una parte de él ha quedado con nosotras. No nos quedamos vacías del todo. Las viudas nos quedamos llenas con la otra mitad de la otra persona que se ha ido”, explicó a ACI Prensa justo antes de participar en la Vigila con el Papa León XIV.
Se conocieron en Maranathá (en arameo, el Señor viene), un grupo de acompañamiento a jóvenes parejas en los cursos prematrimoniales. “Dábamos retiros para fortalecer a los matrimonios”, explica Norma.
A través de estas actividades, enseñaban a vivir la palabra de Dios en pareja, a rezar el rosario y a prepararse para construir un matrimonio sólido basado en la fe.
Pero un día quedaron viudas. Ahora se dedican a “ayudar a los demás hasta que Dios me llame a mí también”, señala Norma.
Estas dos amigas han vivido historias de fe muy distintas. Tan diferentes como las vivencias de sus matrimonios.
Olga conoció a su esposo en la adolescencia, pero venían de mundos distintos. “Ellos estaban en una buena posición, yo no”, recuerda. La familia de su marido la despreció siempre, pero la pareja logró construir un amor sólido a pesar de las dificultades: “Nosotros luchamos cada día por nuestro amor”.
Los padres de su marido rechazaron desde el primer momento su unión
Uno de los episodios más dolorosos que vivieron fue el rechazo de los padres de él hacia sus hijas: “No quisieron nunca a mis hijas e incluso acabaron desheredando a mi marido. Eso fue terrible”.
A pesar de las dificultades familiares, Olga y su esposo compartieron un camino de fe y servicio. Él incluso fue ministro de Eucaristía en la Catedral de Avellaneda en Argentina: “Rubén me enseñó que los caminos de dolor se llevan mejor de la mano de Jesús”.
En los últimos años de matrimonio, la enfermedad entró en sus vidas. Su marido fue diagnosticado con cáncer de esófago que se lo llevó en pocos años:”Fueron momentos muy duros. Yo tenía que hacer todo: levantarlo, lavarlo, ponerle la vía, sacarle la vía… Pero Dios me dio una fuerza incréible. Conseguía levantarle como si fuera un peso ligero, y era el doble que yo”.
A pesar del dolor, la fe los sostuvo hasta el final. Olga recuerda cómo su esposo mantenía una cercanía constante con la Eucaristía: “Él estaba las 24 horas frente a Jesús orando. Siempre me decía: ‘Nosotros somos: tú, Jesús y yo’”.
Norma, en cambio, no estaba bautizada cuando conoció a Juan. Creció en una familia no creyente. De hecho, se casaron primero en 1999 por lo civil. Pero en 2008, todo cambió.
Su esposo Juan fue diagnosticado con cáncer de próstata tras una biopsia y, temeroso de someterse a cirugía, optó por tratamientos alternativos y naturales.
“Éramos una pareja que llevaba ocho años intentando tener hijos, y los tratamientos no dieron resultado. Después vino el golpe de la enfermedad”, recuerda.
A través del sufrimiento Norma conoció la caricia de Dios
Entonces, a través del sufrimiento conoció la caricia de Dios. “Mi fe comenzó realmente desde cero. Fue una conversión total, provocada por la enfermedad de mi esposo”, cuenta con voz serena.
Fue entonces cuando ambos comenzaron a acercarse a Dios y a la comunidad católica fundada por el P. Elías Cavero Domínguez, en Argentina. “Ahí empecé a entender lo que era la fe y me bauticé. Todo cambió para nosotros: nos casamos por Iglesia en 2010. Fue una transformación profunda en nuestras vidas”, afirma.
Durante los siguientes diez años, Juan vivió momentos de relativa estabilidad. Sin embargo, en 2018 el cáncer se había diseminado por todo su cuerpo y los dolores se volvieron insoportables. A pesar de ello, experimentaron lo que ella describe como “un año de gracia”.
Desde mediados del 2019 hasta el 2020, Juan no tuvo dolor y pudo pasar tiempo en paz junto a su esposa.
Sin embargo, la pandemia complicó aún más la situación. En junio de 2020, ambos estuvieron internados y, a pesar de las restricciones sanitarias, ella pudo acompañarlo hasta el final. Juan falleció el 22 de agosto de 2020.
“Estuve sola físicamente, nadie me podía abrazar, nadie podía acompañarme. Pero Jesús estaba conmigo. Todo lo viví con Él y a través de la oración. Incluso pude rezar la coronilla de la Divina Misericordia en el momento exacto de su partida. Fue un consuelo inmenso; sentí que la Virgen María lo venía a buscar”, relata con emoción.
Su participación en el Jubileo de la Consolación fue un paso más en el proceso de sanación espiritual para estas dos argentinas. En Roma, rodeadas de personas que también han experimentado la pérdida, encontraron un espacio para abrazar el consuelo cristiano.



