Como cada año, miles de fieles llegaron este fin de semana a Chimpay, en la provincia argentina de Río Negro, para conmemorar un nuevo aniversario del nacimiento del Beato Ceferino Namuncurá, joven salesiano que murió a los 18 años dejando una estela de santidad en la Patagonia.
En ese marco, la Misa del domingo 31 de agosto en su pueblo natal estuvo presidida por el Arzobispo de Mendoza y presidente de la Conferencia Episcopal Argentina, Mons. Marcelo Colombo, quien reconoció su admiración al ver “la obra del Señor en sus santos”.
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Haciendo referencia a la Palabra de Dios, Mons. Colombo recordó que “hemos sido rescatados por la sangre de Cristo”, sangre que nos dio dignidad. “La sangre de Cristo nos conquistó la condición de hijos de Dios y hermanos de todos”, aseguró.
Luego se centró en el mensaje del Evangelio, donde Jesús advierte sobre “falsas importancias humanas”, y aseguró que “el lugar que ocupamos debe ser expresión de lo que somos: de la persona que hemos llegado a edificar con Dios y con nuestra propia trayectoria”.
“No dependemos de la importancia de un sitio ni de una mirada que reconoce prestigios humanos, ni de una cámara que premia con un primer plano”, aclaró.
Otra de las enseñanzas tomadas del Evangelio fue la idea de vivir según el estilo de Jesús, que “nos coloca en la perspectiva de ser capaces de agasajar a todos y de reconocer en cada persona el valor de su propio ser”.
El deseo de servir
Al evocar la figura del Beato Ceferino, el prelado destacó “su deseo de servir a su gente”. Esta decisión, relató, “lo llevó a partir a tierras lejanas, primero a Buenos Aires para formarse en los estudios iniciales, después a Roma, para curarse de las dolencias que lo afectaban y limitaban en su salud”.
El acento de la vocación de Ceferino, recordó Mons. Colombo, era: “Ser útil a mi pueblo”. En ese sentido, rescató la enseñanza del Papa Francisco sobre “el gusto espiritual de ser pueblo”.
“Para ser evangelizadores de alma también hace falta desarrollar el gusto espiritual de estar cerca de la vida de la gente, hasta el punto de descubrir que eso es fuente de un gozo superior”, citó.
“La misión es una pasión por Jesús, pero, al mismo tiempo, una pasión por su pueblo (...) Él nos quiere tomar como instrumentos para llegar cada vez más cerca de su pueblo amado. Nos toma de en medio del pueblo y nos envía al pueblo, de tal modo que nuestra identidad no se entiende sin esta pertenencia”, continuó, citando la exhortación Evangelii Gaudium de Francisco.
Asimismo, llamó a sentirse animados por la conciencia de Ceferino, “aquel pequeño aborigen que se enamoró de Cristo y quiso vivir su propia entrega al servicio del Señor y su pueblo”, en especial en el contexto de “proyectos individualistas, llenos de aspiraciones desmedidas y que poco consideran el valor de los demás y la disponibilidad para ayudar y sostener a los más necesitados y frágiles”.
Ceferino, auxilio ante las adicciones
Finalmente, el presidente del episcopado recordó que Ceferino Namuncurá es el patrono de la Pastoral de Adicciones, y señaló: “Su identificación con Jesús nos invita a acompañar todos los esfuerzos para cuidar la vida amenazada de tantos hermanos adictos que desean salir de su situación”.
En ese sentido, advirtió que “una mirada meramente policial y judicial de la problemática de las adicciones nos deja sin herramientas para afrontar este flagelo que deja a generaciones de jóvenes en la frustración y el sinsentido de la vida, además de poner en peligro su salud y la de su familia”.
Por eso, pidió la intercesión de Ceferino “para que se detengan esos verdaderos signos de muerte que son el recorte de los aportes a los centros de prevención y recuperación de adictos, así como la omisión y el retardo de las cuotas convenidas para el sostenimiento de los centros que, en condiciones muy precarias, todavía están funcionando”.




