Tantos han sido los prodigios que se atribuyen a la intercesión del Beato franciscano Sebastián de Aparicio, que la urna de plata que cobija hoy su cuerpo incorrupto fue hecha con los exvotos ofrecidos por sus devotos en muestra de agradecimiento.
Así lo comparte con ACI Prensa Fray Enrique Rivera, franciscano y vicepostulador de la causa de canonización del Beato Sebastián de Aparicio, entrevistado en el Convento de las Llagas de San Francisco en Puebla (México), que en una capilla especial acoge el cuerpo del beato franciscano, así como a los muchos devotos que llegan a pedir su intercesión.
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El Beato Sebastián tiene muchos patronazgos a su cargo. Es el patrono de los transportistas y choferes, por su conocido trabajo abriendo caminos en el México —Nueva España, entonces— del siglo XVI, y recorriendo con su carreta por ellos; también lo es de los charros, por su habilidad de jinete y para lanzar el lazo a las reses. Y también recurren a él las mujeres que están esperando un hijo.
Llegaban a buscar al Beato Sebastián las mujeres embarazadas, cuenta Fray Enrique, y este les ponía la cuerda de su hábito sobre el vientre “y ya daban bien a luz”.
Fue beatificado el 17 de mayo de 1789 por el Papa Pío VI, pero más de dos siglos después no ha llegado la ansiada canonización. “Muchos dicen que es la humildad del beato, que no quiere que lo canonicen”, bromea Fray Enrique.
La sorprendente vida del Beato Sebastián de Aparicio
El Beato Sebastián vivió casi 98 años, algo no muy usual en el siglo XVII. Nació el 20 de enero de 1502 en La Gudiña, provincia de Orense, en la actual comunidad autónoma de Galicia. De sus padres, Juan Aparicio y Teresa Prado, aprendió el amor y el servicio a Dios.
Siendo adolescente, recuerda la biografía del beato contenida en el Santoral Franciscano, Sebastián cayó enfermo de peste bubónica y tuvo que quedar alejado de su casa en una pequeña cabaña, para evitar que otros se contagiaran.

Uno de aquellos días, cuando parecía que ya no había esperanza para el beato, un lobo entró a su habitación y mordió una de las heridas inflamadas que caracterizan la enfermedad, para luego marcharse.
Al día siguiente, de forma sorprendente, Sebastián estaba curado. “Se percibió un milagro que la loba le había chupado todo lo malo al beato”, destaca Fray Enrique.
En 1533, a dos años de la fundación de la ciudad, llega a Puebla de los Ángeles —hoy oficialmente llamada Puebla de Zaragoza— Sebastián de Aparicio. El territorio de lo que actualmente conocemos como México tenía la impronta franciscana, y los llamados “12 apóstoles” de México, de la orden franciscana, habían llegado menos de una década antes para evangelizar la región.
En esa zona se hizo conocido como jinete y, se cuenta que asociado con otro español, puso en marcha la primera carreta en funcionar en tierras americanas. Sebastían de Aparicio se convirtió entonces también en el primer transportista de mercancías en la Nueva España, llevando los productos desde el puerto de Veracruz hasta la actual Ciudad de México, y luego conectando también en sus caminos a Zacatecas.
“Por eso es el patrón de los choferes, de los carreteros. Por eso es que aquí se bendicen los coches”, subraya Fray Enrique.
A la par que crecían sus ingresos, lo hacía la generosidad que toda la vida había practicado el hoy beato. Siempre tenía algún regalo para los más necesitados, especialmente para los indios pobres. También era conocido por su trato justo para con sus trabajadores.

Las ganancias del negocio del transporte le permitieron tener haciendas extensas.
Llegó a casarse dos veces, ya siendo mayor, pero las dos veces enviudó. Es así que decide entrar en la vida religiosa.
La renuncia a las riquezas y una vejez dedicada al servicio
A fines de 1573 dona sus fincas y otros bienes a las clarisas. Al mismo tiempo, él se entrega como donado al servicio de las religiosas.
Quienes se donaban a una orden religiosa, precisó el fraile franciscano, “se regalaban y regalaban su fuerza de trabajo para vivir dentro del convento”.
Esas labores, indicó, incluían cuidar “los jardines, los huertos, la limpieza de los pisos, claustros, la tocada de las campanas”.
Con siete décadas a cuestas, la vida del beato ya para entonces era muy sencilla. “De por sí toda su vida era dormir en el suelo”, recuerda Fray Enrique. “A pesar de su riqueza, él vivió una vida penitente”, subrayó.
Al año siguiente, ingresó como novicio franciscano, con 72 años, a pesar de que había recelos en recibirlo por su avanzada edad. “No lo querían admitir”, comparte Fray Enrique.
En 1575 hace sus votos y, tras un breve paso por Tecali, vuelve a Puebla, donde era necesario un limosnero.
“Lo mandan de limosnero con su carreta, para que anduviera por todos los pueblos por acá recogiendo maíz, calabaza, frijol. Y ahí andaba y evangelizaba”, señala Fray Enrique.
Tenía una celda en el convento, recuerda el vicepostulador de su causa de canonización, “pero nunca la ocupó”, porque al andar siempre en la carreta por los pueblos dormía ahí. “Cuando llovía, se metía abajo de la carreta”, cuenta.
“Aquí en ese momento había cerca de 200 frailes para alimentarlos”, relata, y añade: “hasta la fecha nos alimenta el beato”.
“El pueblo lo ha canonizado”

“La gente tiene mucha devoción a ‘San Sebastián’. (Le) dicen el Beato ‘San’ Sebastián de Aparicio. El pueblo lo ha canonizado”, cuenta Fray Enrique.
Recorriendo las zonas aledañas con su carreta se le comenzaron a atribuir prodigios. “Él echaba la bendición a un terreno” para que la lluvia sea provechosa y la cosecha abundante, “y en ese terreno nada más llovía, en el otro no llovía”.
Otra historia es la de un niño pequeño que fue atropellado por una carreta, que “le pasa encima al niño, lo mata. Entonces, el beato lo abraza y lo regresa a la vida”.
En otra ocasión se cuenta que el beato andaba en su carreta “y la rueda estaba suelta”, sin sufrir ningún accidente. Cuando le preguntaron al respecto, respondió que “San Francisco me ayuda. Y por eso hay una pintura con San Francisco (sosteniendo) la carreta”, dice Fray Enrique.
Los hechos sorprendentes lo acompañaron hasta la muerte. Al fallecer, tras sufrir a causa de una dolorosa hernia, asegura Fray Enrique, su cuerpo, lejos de presentar los signos habituales de la muerte, “se pone bonito” y “los brazos no se ponen tiesos y empieza a oler bonito”.
Desde entonces, su cuerpo se ha mantenido incorrupto, aunque su cabeza tiene un recubierto de cera. De hecho, comparte, “a veces la capilla (donde se encuentra el cuerpo del beato) huele bonito”, como a flores.
A pesar de la extensa devoción, desde su beatificación en 1789 no se ha logrado gran avance para la canonización.
Han llegado a considerar otra posibilidad, la de la canonización conocida como “equivalente” o “extraordinaria”. Ha sido el caso recientemente, entre otros, de San Juan XXIII, San Pedro Fabro y San José Anchieta, durante el pontificado del Papa Francisco.
En 2018 la Conferencia del Episcopado Mexicano votó mayoritariamente a favor de pedirle al Santo Padre la canonización del beato, y fue el mismo Arzobispo de Puebla, Mons. Víctor Sánchez Espinosa, quien llevó el pedido a Roma. Sin embargo, no hubo éxito.
Lo que se necesita ahora, subraya Fray Enrique, “es que alguien, con mucha prudencia y mucho cuidado, documente el milagro”.
“Estamos esperando el milagro”, insiste, pero confiesa que “el principal milagro es el culto que se le ha guardado al beato durante tantos años, desde 1600 hasta el 2025”.








