El Cardenal Gerhard Ludwig Müller impartió un discurso en El Escorial (España) con motivo de la clausura del Curso de Verano del Instituto Superior de Sociología, Economía y Política (ISSEP).
En su conferencia titulada “Orientaciones cristianas para una nueva Europa”, el purpurado alemán ofreció una profunda reflexión sobre la crisis espiritual y moral del continente, subrayando que la “desorientación generalizada debe contrarrestarse con esa certeza fundamental que sólo puede surgir del arraigo del ser humano en Jesucristo”.
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En primer lugar, el cardenal subrayó que Europa no es sólo una realidad geográfica, sino también “una idea” que se ha consolidado históricamente como un “hecho histórico universal”.
Explicó que la civilización occidental se forjó a partir del cristianismo y propuso una visión del ser humano creada “según la imagen y semejanza de Dios”.
“Es imposible definir Europa sin el cristianismo”
En este contexto, el prefecto emérito del Dicasterio para la Doctrina de la Fe destacó que “el ser humano individual como persona siempre tiene prioridad absoluta sobre cualquier ideología totalitaria y, como ciudadanos, sobre el Estado”.
También advirtió sobre la existencia de un “programa de descristianización radical de Europa” en los últimos 300 años, iniciado “por los jacobinos franceses radicales y sustentado teóricamente por la crítica religiosa del siglo XIX, para materializarse luego en las ideologías totalitarias del siglo XX”.
Sin embargo, señaló que tal programa de descristianización “no logró borrar las ideas cristianas que moldearon a Europa, sino sólo secularizarlas”.
Por ello, reiteró que “es imposible definir Europa sin el cristianismo”, si bien matizó que el cristianismo “no está ligado a Europa en sus orígenes ni en su esencia”. A su juicio, “el cristianismo es más bien una persona con la que tenemos una relación totalmente personal basada en la fe, la esperanza y el amor”.
En esta línea, explicó que el conflicto actual en Europa es entre su identidad cristiana y las nuevas corrientes ideológicas: “La centralidad del ser humano es el verdadero punto de discordia entre una Europa que se nutre de sus fuentes cristianas y una Europa que niega su identidad cristiana y, en consecuencia, debe abrirse a ideologías ateas, antihumanistas o posthumanistas. En esto consiste hoy la guerra cultural”, explicó.
Criticó además la tendencia de ciertos científicos e ingenieros sociales de “humillar” la mirada que valora al ser humano “como centro y fin de toda la creación”, con el fin de demostrar que la posición privilegiada de la humanidad en el cosmos es inválida, “pues no se necesita a ningún Dios como hipótesis para la explicación física y bioquímica del origen del cosmos y de la evolución de la vida y, por lo tanto, no se necesita a un Dios Creador que realmente exista”.
La meta del ser humano sólo puede ser la felicidad eterna en Dios
Ante esta visión, reafirmó que “la meta del ser humano, creado por Dios y para Dios, sólo puede ser la felicidad eterna en Dios. Su existencia física en el mundo material y su naturaleza social en la familia y la sociedad son sólo los medios para alcanzar la perfección en Dios”.
“La fe, en el sentido cristiano, es, por lo tanto, un acto racional y moral mediante el cual la persona humana se orienta voluntariamente hacia Dios, y no un mero baño en sentimientos religiosos y experiencias espirituales”, añadió.
En su análisis del origen del mal y el sentido de la libertad, recordó que “el mal entró en el mundo por el libre albedrío, que se apartó de Dios. Y también puede ser superado por el libre albedrío hacia el bien si los seres humanos se confían a la gracia del Dios que perdona y renueva”.
Asimismo, subrayó que “más allá de eso, podemos incluso contribuir a la construcción del Reino de Dios trabajando por nuestra salvación eterna mediante la fe en el Dios de la verdad y del amor, la recepción de los sacramentos y una vida en seguimiento de Cristo”.
El purpurado también alentó a no caer en el pesimismo frente a los avances tecnológicos, y afirmó que la Inteligencia Artificial “es técnicamente controlable por la razón instrumental humana” y que esta puede orientarse “hacia el bien en virtud de la razón metafísica y moral”.
También denunció que las grandes tragedias humanas “que desafían toda razón no sólo contradicen nuestra compasión innata y nuestro sentido de justicia”, sino que “traicionan aún más la lógica profunda de toda la creación”.
Así, remarcó que “en lo más profundo de la conciencia, donde cada uno está completamente solo e íntimo con Dios, nos juzgamos a nosotros mismos y nos presentamos ante Dios como nuestro juez misericordioso y, a la vez, insobornable”.
El mal y la muerte no triunfan sobre la voluntad universal de Dios para la salvación
Con una mirada esperanzadora, aseguró estar convencido de que “la razón divina guía finalmente la historia hacia el bien, y de que el amor se revela como el Logos de la libertad. Al final, el mal y la muerte no triunfan sobre la voluntad universal de Dios para la salvación”.
El cardenal lamentó el “creciente olvido de Dios e indiferencia religiosa en Europa”, señalando que muchas personas, incluidos cristianos bautizados, “viven como si Dios no existiera”.
Sin embargo, expresó que la esperanza “se encuentra concretamente en el Evangelio de Cristo”, que posibilita una “comunidad de naciones en paz y libertad”. Añadió que “la desorientación generalizada debe contrarrestarse con esa certeza fundamental que sólo puede surgir del arraigo del ser humano en Jesucristo”.
Finalmente, el Cardenal Müller subrayó que “la Iglesia no es una ONG dedicada a mejorar las condiciones materiales de vida”, sino que ella “es en Cristo como un sacramento, o sea signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano”.
El cardenal concluyó que el cristianismo “se convierte en el pilar de una Nueva Europa de paz, libertad y justicia social”, y que la Iglesia “puede hacer una importante contribución en este sentido, ya que ella misma siempre ha sido un modelo de unidad fraterna en la diversidad de expresiones culturales”.





