Desde un trono portátil llevado a hombros por doce asistentes hasta automóviles eléctricos de última generación, los medios de transporte del Papa han evolucionado con el paso del tiempo, reflejando cambios en la Iglesia, la tecnología y el mundo.
Durante siglos, los pontífices usaron la “sedia” (silla) gestatoria, una especie de trono ceremonial usado para eventos solemnes, que estaba adornado con abanicos de plumas y cargado por hombres durante actos solemnes. El último en usar una silla gestatoria fue Juan Pablo I.
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Para recorridos más extensos, los pontífices usaron carruajes tirados por caballos.
El más antiguo del que se tiene registro, según el sitio web del Museo Vaticano, es la Berlina de Gran Gala, construida en 1826 para el Papa León XII. Este carruaje estaba coronado por un baldaquino decorado con una paloma, en representación del Espíritu Santo.

El Museo Vaticano conserva en su Pabellón de las Carrozas al menos cinco carruajes más, entre ellos el Landau Pontificio, que podía abrirse para permitir al Papa saludar a los fieles durante sus recorridos. Fue utilizado por León XIII y Pío XI.
El gran cambio de época llegó en 1929 con Pío XI, el primer pontífice en usar un automóvil. Ese mismo año, tras la firma de los Pactos de Letrán —que dieron origen al Estado de la Ciudad del Vaticano— el Papa recibió como obsequio un Graham-Paige 837, cuyo asiento interior recuerda al trono del Santo Padre.

Este fue considerado un vehículo histórico, ya que fue el primero en salir del territorio Vaticano desde la caída de Roma en 1870. Años más tarde, el Papa Pío XII empleó el mismo automóvil para acudir personalmente al barrio romano de San Lorenzo tras el bombardeo estadounidense del 19 de julio de 1943.
En las décadas siguientes, los vehículos papales continuaron modernizándose. En 1975, con motivo del Jubileo, Pablo VI encargó un coche descubierto para saludar a los fieles en la Plaza de San Pedro.
Este estilo fue adoptado también por Juan Pablo II, durante cuyo pontificado se popularizó el término “papamóvil”. Uno de los más emblemáticos fue el Fiat Campagnola, en el que el Papa sufrió un atentado en 1981. A partir de entonces, los diseños se blindaron con cristales antibalas y refuerzos de seguridad.

El mismo estilo de automóviles continuó con el Papa Francisco, con la diferencia que rechazó los autos blindados para la mayoría de sus viajes en los que había gran afluencia de fieles.
Hacia el fin de su pontificado se promovió el uso de autos eléctricos, tanto para su transporte personal como para el parque vehicular del Vaticano.
Autos que no se usaron… pero dejaron huella
A lo largo del tiempo, el Vaticano también ha recibido vehículos como obsequio, como el Volkswagen VW Typ 1 Beetle —conocido popularmente en América Latina como “vocho” o “escarabajo”—, entregado en 2004 por el presidente del fabricante de autos en México a Juan Pablo II.

También destaca el caso del Ferrari Enzo donado al mismo Pontífice, quien decidió subastarlo y destinar los fondos a las víctimas del tsunami en el sudeste asiático.
De igual manera, en noviembre de 2017, el Papa Francisco recibió un Lamborghini Huracán blanco, mismo que se subastó seis meses después por 950.000 dólares. Parte de este dinero se destinó para ayudar con la reconstrucción en las llanuras del Nínive, en Irak.
El Papa Francisco también pidió que uno de sus automóviles fuera transformado por Cáritas Jerusalén en una unidad médica móvil para brindar atención sanitaria a niños en la Franja de Gaza.



