En la noche del Domingo de Ramos, un solemne silencio inundó las estrechas calles del centro de Sevilla al paso del Santísimo Cristo del Amor, una de las imágenes más características de las procesiones de Semana Santa.

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En este gran espectáculo de piedad popular en el que conviven el arte y la devoción, una gran multitud de fieles acompañó con fervor al Cristo crucificado, una talla del siglo XVII obra del arquitecto y escultor Juan de Mesa. 

Entre los candelabros dorados flanqueados por ángeles y el llamativo montículo de flores rojas, se divisa a los pies de Jesús una curiosa imagen: la de un pelícano que alimenta a sus tres crías con la sangre de su propio corazón. 

El pelícano que alimenta a sus tres crías con la sangre de su propio corazón. Crédito: Almudena Martínez-Bordiú
El pelícano que alimenta a sus tres crías con la sangre de su propio corazón. Crédito: Almudena Martínez-Bordiú

La escultura de este pelícano que se abre el pecho con el pico mientras envuelve con las alas a sus crías es de 1694 y es obra del arquitecto Francisco Antonio Ruiz Gijón.

El pelícano, en caso de necesidad, da de comer a sus crías con su propia carne para mantenerlas con vida, símbolo del sacrificio eucarístico.

La entrega magnánima de este ave que se hiere a sí misma por amor simboliza el sacrificio que Cristo hizo por los hombres, al derramar su sangre por nuestra salvación.

Santísimo Cristo del Amor. Crédito: Almudena Martínez-Bordiú
Santísimo Cristo del Amor. Crédito: Almudena Martínez-Bordiú

Por ello, a lo largo de la historia, la imagen del pelícano se ha consolidado en el cristianismo como signo de la Pasión de Cristo.

De hecho, Santo Tomás de Aquino, en su himno Adoro te devote, se refirió a Jesús como “pelícano bueno”. También San Isidoro de Sevilla hizo referencia a este simbolismo en su obra Etimologías.