En la República Dominicana, un sacerdote de la diócesis de San Juan de la Maguana, debe viajar más de seis horas en carretera cada día, para atender a las 31 comunidades rurales de su parroquia. El P. Júnior Vásquez asegura que “vale la vida dejarlo todo y gastarnos como una vela por Dios al servicio de los más humildes. Para que todos alcancen el mensaje de la salvación”.

Las zonas rurales dominicanas suelen ser conocidas popularmente como “las lomas”. En estas comunidades lejanas, explica la fundación pontificia Ayuda a la Iglesia Necesita (ACN, por sus siglas en inglés) “suelen carecer de servicios básicos” y su geografía particular es “compleja y de pocas oportunidades”.

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Para llegar a algunas se deben recorrer caminos de tierra muy difíciles, que se inundan en la temporada de lluvias. “Mis compañeros sacerdotes y yo tenemos que cruzar montañas, con caminos muy difíciles y pedregosos”, cuenta el P. Vásquez. “También hay que atravesar varios arroyos y ríos para llegar hasta estas personas”, añade.

De hecho, los viajes del sacerdote solían ser tan demandantes físicamente que, a causa del mal estado de los caminos y del auto antiguo que manejaba el sacerdote, las constantes travesías comenzaron a representar un riesgo grave para su salud y una carga económica para su misión.

El automóvil “se dañaba constantemente, lo que suponía un gasto elevado e insostenible para la parroquia”, comenta. “Con el tiempo, su constante uso y las malas condiciones de los caminos provocaron un desgarro de ligamentos en mi pie que acabó provocando una fractura”, dijo el P. Vásquez.

La lesión lo dejó incapacitado durante 5 meses y, asegura ACN, debió someterse “a diversas y dolorosas cirugías”. Más allá del sufrimiento físico, estas adversidades le presentaron también retos emocionales y espirituales. El sacerdote resentía la soledad, aunque afirma que en esos momentos difíciles “Dios y la Virgen estuvieron siempre conmigo”.

“Si me cuido y me preocupo por mi bienestar, podré servir mejor y por más tiempo a la comunidad. Estaré sano y fuerte para entregarme a los demás. Todo lo que hacemos lo hacemos por y para Dios”, reflexionó.

Gracias al apoyo de la fundación pontificia, ahora el P. Vásquez cuenta con un vehículo en mejores condiciones para llevar adelante su apostolado. Considera que esto “ha sido un cambio del cielo a la tierra” y destaca que ahora puede cumplir con sus tareas pastorales “con más eficacia y alcanzar lugares y comunidades antes inaccesibles”.

Su esfuerzo en estas zonas se centra también en combatir a las sectas evangélicas que “atraen a la gente con falsas promesas” y a la escasez de capillas, o el abandono de muchas, que dificulta en gran medida la celebración de los sacramentos.

“Ver el hambre y la necesidad que tiene la gente de escuchar hablar de Dios, y la alegría y el regocijo con que lo hacen, es mi mayor alegría”, resalta el P. Vásquez, quien además elogió la participación de los más jóvenes en la Misa, convirtiendo sus jornadas de servicio pastoral en días “de encuentro y alegría para toda la comunidad”.

“No solo podemos evangelizar predicando, sino también cuando colaboramos y sustentamos a nivel económico y con nuestras oraciones: es ahí cuando nos convertimos en misioneros y predicadores”, concluyó el sacerdote, pidiendo el apoyo de todos los fieles en favor de sus hermanos más vulnerables.