Un 29 de abril, pero de 1945, las tropas estadounidenses liberaron el campo de concentración de Dachau, al sur de Alemania. En medio del horror que el nazismo implantó mediante estos lugares de tortura, Dachau tiene un lugar especial en la memoria católica: allí miles de sacerdotes perdieron la vida.

En Dachau, los esbirros de la Schutzstaffel (SS) [la organización paramilitar de seguridad nazi], hacían todo lo posible por deshumanizar a los prisioneros, especialmente a los religiosos. 

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Uno de estos reclusos fue Ignacio Cruchaga, de los Hermanos de La Salle, que según la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED) habría sido “con toda probabilidad, el único religioso español prisionero en los campos de concentración de la Alemania Nazi”.

Juan Pedro Rodríguez, profesor de Historia de la UNED, precisa que por los campos de concentración alemanes pasaron miles de religiosos de distintos credos, especialmente católicos. Sin embargo, Rodríguez puntualiza que —a diferencia de otros países europeos— en España no se ha prestado atención a los listados y estudios de religiosos prisioneros.

“En concreto, en el hecho de que aparecen ordenados por orden decreciente por nacionalidades; en la última línea consta un único religioso español”, afirma el profesor de la universidad madrileña. Ese único religioso español es Ignacio Cruchaga.

Las investigaciones indican que 2.579 religiosos católicos fueron a parar a Dachau, de los cuales murieron 1.034, entre 1938 y 1945, años en los que funcionó a plenitud el primer campo de concentración nazi.

El periodista francés Guillaume Zeller, lo ha catalogado como “el mayor cementerio de sacerdotes católicos en el mundo”.

Cruchaga hizo su profesión perpetua dentro de la Orden Lasallista en 1943, tomando el nombre de Hno. Miguel Rafael. Un año después, fue detenido por los alemanes en la ciudad francesa de Murat y de allí fue deportado a Hamburgo (Alemania), junto a cientos de personas, en un tren originalmente destinado al transporte de ganado. Las durísimas condiciones de viaje ocasionaron la muerte de muchos pasajeros. 

“Tres días de viajes en vagones para caballos. Una tinaja de agua para… En medio de la noche el vagón se abre y nos cuentan… no falta nadie. Antes se habían oído tiroteos. Habían abierto un vagón y se escaparon 17. No se hablará más de ellos… Se supone que les cogieron los alemanes y los fusilaron”, narra el propio Cruchaga en sus memorias. Corría el mes de julio de 1944.

No sería sino hasta diciembre que el hermano lasallista llegaría a Dachau. Primero haría escala en el campo de Neuengamme, ubicado al norte de Alemania. Allí, una vez sometido al proceso de desinfección, fue desnudado y rapado completamente, y recibió la matrícula 36.219.

En Neuengamme se dedicó al trabajo manual, que se hacía aún más complicado por la mala alimentación que apenas le permitía sobrevivir. “Sopa de pescado; si no es más que sal. Y aunque no era más que sal yo me la comí porque con el hambre que tenía a mí me parecía pescado. Minutos después apenas si pude llegar hasta la cama, porque me temblaban todos los miembros de mi cuerpo”, manifestó.

Además, durante su estadía también recibió castigos físicos. Cruchaga cuenta que los oficiales golpeaban a los reclusos hasta “por tener las camas mal hechas”.

Rodríguez resalta que, generalmente, en todos los campos “las torturas eran terribles y el trato odioso, solo comparable con el reservado a los judíos”, y añade que “las provocaciones e insultos al sacerdote eran constantes por parte de los SS y en ocasiones agredieron de forma brutal a los reclusos que asistieron al oficio religioso”.

Para el nazismo, la religión era algo obsoleto, una ofensa para un régimen victorioso que había superado las limitaciones de la fe. Sin embargo, ya en Dachau los clérigos gozaban de un poco más de comodidad. Algo que confirma el mismo Cruchaga, señalando que se les permitía rezar y llevar colgado un crucifijo. “Nos sentíamos casi libres”, agregó.

Eran los últimos meses de la guerra y la Santa Sede había logrado que el régimen nazi otorgara algunas concesiones a sus religiosos. Antes, muchos sacerdotes fueron asesinados, o murieron debido a los malos tratos, al trabajo agotador y a las enfermedades. 

Durante esos meses en Dachau, el lasallista español se preocupó por ayudar a los reclusos más vulnerables, especialmente a sus compatriotas, hasta que el 29 de abril de 1945 el ejército estadounidense tomó el campo de concentración, liberando a los reclusos. Desde entonces, Cruchaga sirvió como docente y misionero, especialmente en África, hasta su muerte en 1999, ocurrida en la Isla de Reunión (territorio francés, al este de Madagascar).

Al final de su investigación, Juan Pedro Rodríguez remarca la importancia del testimonio de los religiosos católicos en Dachau, especialmente del único hispano:

“Entre las conclusiones de la vivencia de los religiosos se encuentra la necesidad de combatir por la dignidad de las personas, la defensa de un marco solidario entre todas las naciones y confesiones, la importancia de la unidad eclesiástica y la urgencia de reforzar el apostolado”, manifestó el profesor de la UNED.

Asimismo, sobre el Hno. Cruchaga, manifiesta que “se podría abrir un proceso de Canonización “desde la Iglesia española o por su orden, ya que podría ser un estímulo para futuros religiosos y estudiantes en los colegios lasallenses”.