Durante los días de la Octava de Pascua, la Iglesia se esmera por mantener encendida la llama de la alegría que calienta los corazones en virtud de la resurrección de Cristo, aun cuando pueda haber dolor o sufrimiento. Que siga resonando fuerte el ¡Aleluya! ¡Cristo ha resucitado!
La Liturgia de la Palabra continúa presentando los hechos extraordinarios acontecidos tras la victoria del Señor sobre la muerte y el pecado, sin la cual “vana sería nuestra fe” (ver: I Corintios 15,14). Jesús seguirá apareciéndose a sus discípulos para confirmarlos en la fe, preparándolos para la misión que habrán de cumplir más adelante.
Esos mismos discípulos, quienes en su momento dejaron abandonado al Maestro, siguen dando muestras de que “son otros”, de que en ellos ha nacido un ‘hombre nuevo’ (Cfr. Ef 4, 20-24). Llenos de confianza y fortaleza interior, siguen dando testimonio de que ese cambio viene del cielo y del mérito propio. Como los días anteriores, la primera lectura de la Octava está tomada de los Hechos de los Apóstoles (Hch 3, 11-26).