Catequesis completa del Papa Francisco sobre la prudencia

El Papa Francisco en la Audiencia General de este 20 de marzo El Papa Francisco en la Audiencia General de este 20 de marzo | Crédito: Daniel Ibáñez/ ACI Prensa

Continuando con su ciclo de catequesis sobre las virtudes, el Papa Francisco reflexionó en la Audiencia General de este miércoles 20 de marzo sobre la prudencia. 

A continuación, la catequesis completa del Papa Francisco:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! 

La catequesis de hoy la dedicamos a la virtud de la prudencia. Ella, junto con la justicia, la  fortaleza y la templanza, forma las virtudes llamadas cardinales, que no son prerrogativa exclusiva de los  cristianos, sino que pertenecen al patrimonio de la sabiduría antigua, en concreto, la de los filósofos  griegos. Por eso, uno de los temas más interesantes en la obra de encuentro y de inculturación fue  precisamente el de las virtudes.  

En los escritos medievales, la presentación de las virtudes no es una simple enumeración de  cualidades positivas del alma. Retomando los autores clásicos a la luz de la revelación cristiana, los  teólogos imaginaron el septenario de las virtudes -las tres teologales y las cuatro cardinales- como una  suerte de organismo viviente en el que cada virtud ocupa un espacio armónico. Hay virtudes esenciales y virtudes accesorias, como pilares, columnas y capiteles. Quizá nada como la arquitectura de una catedral  medieval puede dar la idea de la armonía que existe en el ser humano y de su continua tensión hacia el  bien.  

Entonces, comencemos por la prudencia. No es la virtud de la persona temerosa, siempre  titubeante ante la acción que debe emprender. No, esta es una interpretación errónea. No es tampoco solamente la cautela. Conceder la primacía a la prudencia significa que la acción del ser humano está en  manos de su inteligencia y de su libertad. La persona prudente es creativa: razona, evalúa, trata de  comprender la complejidad de la realidad. Y no se deja llevar por las emociones, la pereza, las presiones, las ilusiones.  

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En un mundo dominado por las apariencias, por los pensamientos superficiales, por la banalidad tanto del bien como del mal, la antigua lección de la prudencia merece ser recuperada.  Santo Tomás, en la estela de Aristóteles, la llamó “recta ratio agibilium”. Es la capacidad de  gobernar las acciones para dirigirlas hacia el bien; por eso recibe el sobrenombre de “conductor de las  virtudes”. 

Prudente es quien sabe elegir: mientras permanece en los libros, la vida es siempre fácil, pero  en medio de los vientos y las olas de lo cotidiano, la cosa cambia: a menudo nos sentimos inseguros y no  sabemos hacia dónde ir. Quien es prudente no elige al azar: ante todo, sabe lo que quiere; luego, pondera las situaciones, se deja aconsejar y, con amplitud de miras y libertad interior, elige qué camino tomar. 

No es que no pueda cometer errores, después de todo sigue siendo humano; pero evitará grandes “bandazos”. Desafortunadamente, en todos los ambientes hay quien tiende a liquidar los problemas con bromas  superficiales o a suscitar siempre polémicas. La prudencia, en cambio, es la cualidad de quienes están  llamados a gobernar: saben que administrar es difícil, que hay muchos puntos de vista y que es preciso tratar de armonizarlos, que no se debe hacer el bien de algunos, sino el de todos.  La prudencia enseña también que, como se suele decir, “Lo perfecto es enemigo de lo bueno”.  

Demasiado celo, de hecho, en algunas situaciones, puede provocar desastres: puede arruinar una  construcción que hubiera requerido gradualidad; puede generar conflictos e incomprensiones; puede incluso desatar la violencia.

La persona prudente sabe custodiar la memoria del pasado, no porque tenga miedo al futuro, sino porque sabe que la tradición es un patrimonio de sabiduría. La vida está hecha de una continua  superposición de cosas antiguas y cosas nuevas, y no es bueno pensar siempre que el mundo empieza con  nosotros, que tenemos que afrontar los problemas desde cero. La persona prudente también es previsora. Una vez decidido el objetivo por el que luchar, hay que procurarse todos los medios para alcanzarlo. 

Muchos pasajes del Evangelio nos ayudan a educar la prudencia. Por ejemplo: es prudente quien  edifica su casa sobre la roca, e imprudente el que la construye sobre la arena. (cfr. Mt 7,24-27). Sabias  son las vírgenes que llevan consigo el aceite para sus lámparas, y necias son las que no lo hacen (cfr. Mt 25,1-13). La vida cristiana es una combinación de sencillez y astucia. Al preparar a sus discípulos para la  misión, Jesús les recomienda: “Yo los envío como ovejas entre lobos; sean entonces prudentes como las  serpientes y sencillos como las palomas». (Mt 10,16). Es como si dijera que Dios no sólo quiere que  seamos santos, sino que quiere que seamos santos inteligentes, porque sin prudencia ¡equivocarse de camino es cuestión de un momento! 

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