Hermanos, hermanas, sintámonos al servicio del destino universal del Evangelio; Es para todos. Y distingámonos por la capacidad de salir de nosotros mismos. Un anuncio, para ser un verdadero anuncio, debe salir del egoísmo propio.
Los cristianos se encuentran en el atrio más que en la sacristía, y van por “las plazas y calles de la ciudad” (Lc 14,21). Deben ser abiertos y expansivos, los cristianos deben ser “extrovertidos”, y este carácter suyo proviene de Jesús, que ha hecho de su presencia en el mundo un camino continuo, dirigido a alcanzar a todos, incluso aprendiendo de ciertos encuentros suyos.
En este sentido, el Evangelio narra el sorprendente encuentro de Jesús con una mujer extranjera, una cananea que le suplica que sane a la hija enferma (cf. Mt 15,21-28). Jesús se niega, diciendo que ha sido enviado sólo “a las ovejas perdidas de la casa de Israel” y que “no está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perros” (vv. 24.26). Pero la mujer, con la insistencia típica de los sencillos, replica que también “los perros comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos” (v. 27). Jesús queda impresionado y le dice: “Mujer, grande es tu fe; que te suceda como deseas” (v. 28). Este encuentro con esta mujer tiene algo único. No sólo alguien hace cambiar de idea a Jesús, y se trata de una mujer, extranjera y pagana; sino que el Señor mismo encuentra confirmación al hecho de que su predicación no debe limitarse al pueblo al que pertenece, sino abrirse a todos.