vuestros antepasados líderes, que demostraron una excepcional capacidad de integrar voces y experiencias distintas, incluso desde un punto de vista religioso. Una actitud respetuosa y conciliadora se reservaba también a las múltiples tradiciones sagradas, como atestiguan los distintos lugares de culto —entre ellos uno cristiano— tutelados en la antigua capital Karakórum. Por ello, para ustedes fue casi natural llegar a la libertad de pensamiento y de religión, sancionada en vuestra actual Constitución; que ha superado la ideología sin derramamiento de sangre, la ideología atea que se creía obligada a extirpar el sentimiento religioso, considerándolo un freno al desarrollo. Hoy se reconoce en ese valor esencial de la armonía y de la sinergia entre fieles de credos distintos, que —cada una desde su punto de vista— contribuyen al progreso moral y espiritual de los pueblos.
En este sentido, la comunidad católica mongola está complacida de seguir dando su contribución. Esta comenzó a celebrar su fe hace poco más de treinta años, precisamente dentro de una ger, e incluso la catedral actual, que se encuentra en esta gran ciudad, evoca su forma. Son signos del deseo de compartir la propia obra con el pueblo mongol, que es su pueblo, en espíritu de servicio responsable y fraterno. Por tanto, estoy contento de que la comunidad católica, aun siendo pequeña y discreta, participe con entusiasmo y compromiso en el camino de crecimiento del país, difundiendo la cultura de la solidaridad, del respeto por todos y del diálogo interreligioso, y entregándose a la causa de la justicia, la paz y la armonía social. Deseo que, gracias a una legislación con amplitud de miras y atenta a las exigencias concretas, los católicos locales, ayudados por hombres y mujeres consagrados necesariamente provenientes en su mayoría de otros países, no tengan dificultad para poder ofrecer siempre a Mongolia su contribución humana y espiritual, en beneficio de este pueblo. A este respecto, las tratativas en curso para estipular un acuerdo bilateral entre Mongolia y la Santa Sede representan un canal importante para alcanzar las condiciones básicas para el desarrollo de las actividades ordinarias en las que está comprometida la Iglesia católica. Entre ellas, además de la dimensión más propiamente religiosa del culto, destacan las numerosas iniciativas de desarrollo humano integral, articuladas también en los sectores de la educación, la sanidad, la asistencia, la investigación y la promoción cultural. Estas dan testimonio del espíritu humilde, fraterno y solidario del Evangelio de Jesús, el único camino que los católicos están llamados a recorrer en el itinerario que comparten con cada uno de los pueblos de la tierra.
El lema elegido para este Viaje es “Esperar juntos”, y expresa precisamente la potencialidad inherente al caminar con los demás, en el respeto recíproco y en la sinergia por el bien común. La Iglesia católica, institución antigua y difundida en casi todos los países, es testigo de una tradición espiritual noble y fecunda, que ha contribuido al desarrollo de naciones enteras en muchos campos de la vida del hombre, desde la ciencia a la literatura, desde el arte a la política. Estoy seguro que también los católicos mongoles están y estarán dispuestos a dar su propia contribución a una sociedad próspera y segura, en diálogo y colaboración con todos los que habitan en esta tierra grande besada por el cielo.
«Sé como el cielo». Con estas palabras, un famoso poeta invitaba a trascender la caducidad de los altibajos terrenos, imitando la magnanimidad inspirada precisamente en el inmenso y terso cielo azul que se contempla en Mongolia. También nosotros, hoy, peregrinos y huéspedes en este país que tanto puede ofrecer al mundo, deseamos responder a esta invitación, traduciéndola en signos concretos de compasión, diálogo y planificación común. Que los distintos miembros de la sociedad mongola, aquí representados, puedan seguir ofreciendo al mundo la belleza y la nobleza de un pueblo único. Que, como vuestra escritura, puedan permanecer “en pie” y levantar a tantos que sufren a su alrededor, recordando a todos la dignidad de cada ser humano, llamado a habitar la casa terrena abrazando el cielo. Bayarlalaa! [¡Gracias!]